3 de septiembre de 2008

HACER EL AMOR: ARNAUD DESJARDINS



En el plano de los valores espirituales, o simplemente humanos, nuestra pretendida civilización representa una degeneración que no podríamos reconocer más que tomando cierta distancia respecto a ella. Esto me ha sido posible gracias a largas estadías que he realizado en Afganistán, en la India, Bután y entre los refugiados tibetanos del Himalaya.

La superficialidad de la existencia en el seno del mundo contemporáneo se manifiesta en la vida profesional con la desaparición progresiva de la artesanía, que era a la vez un modo de expresión personal y una vía de crecimiento interior. Esto es evidente en los ratos libres, en los que las distracciones que se dirigen a las emociones pasajeras han reemplazado a las fiestas tradicionales que alimentaban los más profundos sentimientos y constituían una verdadera recreación en el sentido activo y viviente del término. Pero es sobre todo en el dominio del sexo y del amor que la mediocridad moderna, vanamente disimulada tras el prestigio de victorias técnicas o científicas, aparece como la más lamentable y aún la más vergonzosa. Una actividad sagrada, símbolo sensible de principios metafísicos, que concierne y une a todos los niveles de la realidad y a todos los estados del ser, ha llegado a ser la manifestación desordenada de reacciones ciegas contra las convenciones y del conflicto de los egoísmos o de las neurosis. Sin embargo, el amor y la sexualidad tienen una importancia fundamental en la Vía espiritual.

En verdad todo está íntimamente relacionado. La pareja es un aspecto del conjunto de la existencia humana y se inscribe en una concepción de conjunto. Los Occidentales modernos toman por una evidencia la única concepción que conocen: la de la sociedad de consumo, fundada en la sugestión y en la hipertrofia de las necesidades egoístas. Del principio hasta el final de este libro hablo de un mundo y de una cultura completamente diferentes y que no podemos reducir a nuestro modo de pensamiento habituales. Si queremos otra existencia, alegrías nuevas, sentimientos superiores, una vida inmensamente más bella y rica que todo lo que hemos conocido, debemos aceptar que todos nuestros hábitos, nuestros prejuicios, nuestras certezas sean cuestionadas.

Para muchos Occidentales, inclusive ahora que la «liberación» sexual» está tan de moda, la idea de la Vía o de la perfección está asociada a la de la castidad. Con motivos diferentes pero concordantes, los monjes, monjas, ascetas, yoguis abandonan toda vida sexual normal. Digo normal, pues la energía sexual no por ello desaparece y, de una manera u otra, debe ser transformada y utilizada para otros fines.

Sin embargo existen por lo menos dos categorías de místicos que tienen una vida conyugal: los sufíes musulmanes y los lamas tibetanos «bonete rojo» (nyingma-pa). He conocido sufíes, e inclusive, excepcionalmente, me he encontrado con la mujer de algunos de ellos (aunque eran musulmanes no tenían más que una) He conocido a los sufíes nyingma-pa casados. No tenían nada que envidiar a los religiosos solteros, y formaban con su esposa parejas que darían ganas de casarse a los solteros más empedernidos. No obstante, la concepción, y aún, para algunos, la nostalgia de una trascendencia del sexo es justa, y la Vía, si es verdadera, lleva siempre a la libertad respecto a la sexualidad física. Apareciendo está en la pubertad, es decir, después de las otras funciones desaparecerá antes. Es un proceso natural. Hablo, por lo menos, de la vida sexual de ayuntamiento entre cuerpos adultos. En su sentido amplio el instinto sexual es el instinto de unión o de reunión. Este instinto se manifiesta como la necesidad de contacto físico y las sensaciones genitales, desde la pequeña infancia. Pero el deseo consciente de unión sexual, de coito, aparece en la pubertad. El niño y el adolescente viven, sienten, se expresan sin tener relaciones sexuales. El ser humano no puede vivir sin respirar pero puede vivir sin acoplarse. (El termino generalmente usado es el de unión sexual. Pero puede que haya acoplamiento sin que haya unión. Es incluso lo que ocurre casi siempre).

La oposición más o menos inconsciente de la sexualidad y la espiritualidad sigue muy extendida y firme. Es un problema negado y reprimido vanamente por numerosos hombres y mujeres que se comprometen con la Vía y que no aceptan completamente su vida sexual. Este malestar está enraizado en la educación (particularmente católica y protestante) o en traumatismos individuales. Y como es efectivamente cierto que los niveles más evolucionados del ser se acompañan de una superación de la sexualidad, esta verdad superior viene a mezclarse indebidamente a las represiones, inhibiciones, miedos y - una vez más- a las mentiras. La supresión de la función sexual puede hacerse por arriba o por abajo. Por arriba, es decir, por el completo desarrollo, la transformación, la trascendencia. Por abajo, es decir, por la represión, desviación y neurosis. El criterio de la distinción es inmediato: aquellos y aquellas en quienes la continencia, no es normal no pueden mirar libremente el problema y siempre se sienten incómodos para hablar de ello, o, al contrario, hablan demasiado y de una manera que nunca es natural. Además, manifiestan siempre, en por lo menos un campo de sus actividades, algo excesivo, exagerado, demasiado apasionado. Esta intensidad es inútil puede encontrarse en todas partes, en la política, arte, religión, trabajo y aún en el amor.

He escrito en el primer tomo de esta obra que no se puede pasar directamente de lo anormal a lo supranormal, y que es necesario ir de lo anormal a lo normal y de lo normal a lo supranormal. La definición más simples de lo supranormal es: suprafísica (los estados del ser independientes del cuerpo-mortal). La verdadera sexualidad y la perfección de la unión física conducen a niveles de consciencia que sobrepasan al cuerpo. Puesto que estos estados son la meta verdadera de la sexualidad, esta pierde su sentido cuando estos estados son alcanzados sin su soporte. Pero no puede pasarse de una sexualidad anormal (inhibición, frigidez, neurosis sexual) a la sexualidad supranormal. Por otro lado, jamás debería decirse anormal sexualmente sino simplemente anormal. Un ser unificado y armónico no tiene problemas sexuales, un ser capaz de amar verdadera, libremente, tampoco. Las perturbaciones de la sexualidad son la expresión de una perturbación profunda que se manifiesta, entre otras, en la vida sexual, pero que está íntimamente ligada al resto de la persona y de la existencia. La sexualidad es el signo exterior de la condición interior.

En cuanto a la pretendida liberación sexual de nuestra época, es una mera reacción ciega e inconsciente. No hay la más mínima libertad. La sexualidad no es sólo un aspecto esencial de toda existencia humana, sino también bajo una y otra forma una parte importante de la Vía espiritual. Es una actividad sagrada, que tiene una dimensión metafísica y que no debe realizarse de cualquier manera. Alcanzar la plenitud de la vida sexual es raro, muy raro. Eso es algo que se gana. También en este dominio hay muchos llamados y pocos elegidos.

Se lo quiera o no el sexo está en todas partes. Pero hay aún que entenderse sobre aquello que recubren las palabras. El genio de la psicología moderna, Sigmund Freud, ha creído por explicar todo por el sexo, y sus teorías todavía resisten asaltos violentos. Al extremo geográfico e histórico del mundo, el tantrismo reposa en sus divinidades en posición de unión sexual (yab-youm) y este simbolismo es esencial. La sexualidad es la energía manifestada fundamental. Toda la manifestación (lo que los cristianos llaman la Creación y los ateos el universo) está fundada en la dualidad, la bipolaridad en los duandras, «los pares opuestos», como dicen los hindúes. Desde hace milenios la Vía ha sido designada como «la unión de los contrarios» (es el sentido etimológico de la palabra sánscrita yoga) o la «reconciliación de los opuestos». Dualidad y No-Dualidad: toda la metafísica está contenida en estos dos términos. O aún: de Lo-Uno a lo múltiple y de lo múltiple a Lo-Uno, siendo la dualidad la primera forma de lo múltiple. No hay manifestación sin polos dinámico y estático, positivo y negativo, macho y hembra. La prisión de la cual el hombre puede liberarse es la distinción yo y no-yo. Lo repito: si hay dos, dos no pueden estar separados; si hay dos no puede no haber temor.

Por consiguiente. hay sexualidad, en sentido amplio, cada vez que dos elementos que se sienten como complementarios tratan de unirse. «Unirse», «unión», es decir, dejar de ser dos para llegar a ser uno. Acoplarse es asociarse a la vez que se sigue siendo dos; unirse es ser uno. Toda la manifestación es un intento ciego o consciente, torpe o hábil de retorno a la Unidad. A veces de manera loca o criminal, el ser humano busca sin cesar sobrepasar la asfixiante limitación de su individualidad. El solitario se siente uno con la naturaleza, el artista con el público, el enamorado con su enamorada. Desgraciadamente esta unidad casi siempre es un engaño. Es un engaño por que los seres humanos no son uno consigo mismos, están interiormente divididos, son contradictorios, y no pueden, de este modo, ser uno con nadie ni con nada.

La primera unión natural - pues la verdadera unidad es sobrenatural, suprafísica, consciente- es la del feto con su madre que lo forma. Pero el bebé tiene que ser querido, aceptado, llevado con alegría. El niño siente las emociones negativas de una madre que rechaza su embarazo, y quedará marcado para siempre. Pero la separación es ineluctable. Si la madre quiere a su recién nacido y se ocupa de él, y, sobre todo si lo amamanta existe entre ella y el una nueva unión que es casi perfecta. EL hombre conservará toda su vida la nostalgia inconsciente de esta unión, a menos que una verdadera educación - hoy tan escasa- lo ayude poco a poco a ser verdaderamente adulto, mejor dicho, independiente.

La madre y el niño son un símbolo de unión tan intenso y poderoso como el del acoplamiento sexual. Si los gompas tibetanos son ricos en pinturas murales, esculturas y thankas en las que figuran divinidades tántricas entrelazadas, las iglesias católicas nos ofrecen sus Vírgenes con el Niño. Pero siendo el acto sexual una experiencia de adulto, su recuerdo está menos olvidado y escondido en el inconsciente que el amor y el contacto físico que une al bebé y a la madre y su simbolismo es entonces elocuente.

Digo contacto físico pues eso es algo muy importante. El parto es para el niño, mucho más que para la madre, un choque físico terrible. Su epidermis ultrasensible siente la separación y el contacto del aire como el primer sufrimiento intolerable. Si este sufrimiento no llega a serle aceptable pronto por el amor inteligente de la madre, su cuerpo conservará siempre una sensación de falta y de frustración que jamás será colmada, y cuyo origen, naturalmente es inconsciente. Ocurre lo mismo si la unión física con la madre (contacto, caricias, amamantamiento) ha sido interrumpido bruscamente. Cierta evolución sensual se ha detenido y se fija en esta edad de algunos meses. Tanto sensorial como emocionalmente, un adulto puede conservar hasta la muerte la edad de dos años. Treinta o cincuenta años más tarde, su cuerpo reclama siempre las sensaciones que le han sido rehusadas en otro tiempo.

De una parte, se concibe su vida sexual esté profundamente marcada y, de otra parte, que no le sea posible sobrepasar la conciencia limitada por el cuerpo, por la forma física, más que como una reacción, y, por ello mismo de una manera que nunca podrá ser durable. Pero sobrepasar el «cuerpo mortal» es la meta de la Vía. La humanidad Occidental está actualmente limitada en el plano material o físico de modo completamente anormal.

Ahora, voy a anunciar solemnemente la mayor verdad del ser humano, verdad que no por ser evidente es menos ignorada y ridiculizada: La humanidad se divide en dos sexos, los hombres y las mujeres. Los hombres son hombres, las mujeres son mujeres; los hombres no son mujeres y las mujeres no son hombres. Las reivindicaciones feministas consisten, por otra parte, en pedir para las mujeres el derecho de ser caricatura de los hombres y no el derecho de ser mujeres integrales. Simbólicamente, la mujer ha sido asociada al agua, el hombre al fuego: ¿puede hablarse de derechos del agua en igualdad con el fuego? ¿O de la superioridad del fuego con el agua?

Una mujer verdaderamente mujer será superior a un hombre que no sea verdaderamente un hombre.

La emancipación de la mujer - para emplear una expresión de moda- se inscribe muy a menudo en violación de las leyes universales. La mujer conserva su naturaleza, que no sabría cambiar, y le impone un conjunto de condicionamientos adornados con el nombre de «libertad». Es ella misma y otra a la vez condenada al conflicto y, por ello mismo, al sufrimiento que no hará más que volver cada vez. Pero lo que no se ve es que son los hombres, en primer lugar los que han dejado de ser hombres. La sociedad moderna, llamada de consumo, ha hecho que los hombres pierdan su virilidad. Ningún hombre debería sorprenderse si actualmente las mujeres ya no aceptan su lugar de mujer. Todo hombre debería ser un guerrero realmente comprometido en un combate. No hablo de la carnicería de las trincheras o de los bombardeos a las poblaciones civiles. Recuerdo aquí un texto búdico: «Nosotros combatimos por la alta sabiduría y por la virtud perfecta: por eso nos llamamos guerreros». Que los hombres sean hombres y que las mujeres sean mujeres. Pero también este determinismo y esta polarización fundamental pueden ser trascendidos. Todas las enseñanzas tradicionales afirman que el Sabio - hombre y mujer- une en el las dos naturalezas, masculina y femenina.

Se lo quiera o no el hombre y la mujer son diferentes y complementarios, y ninguna reivindicación femenina de igualdad o de emancipación borrará el hecho de que el macho está provisto de un pene y la mujer de una vagina. Mucho antes que el psicoanálisis, las enseñanzas hindúes han reconocido que la niña sentía la ausencia de pene como una inferioridad. En diferentes intensidades, todas las niñas han sentido un choque y se han desesperado constatando que les faltaba algo aparente, que no tenían nada que mostrar. (Los senos, que los hombres no tienen, no aparecen sino más tarde). Esta frustración se traduce, de manera general, en un deseo de poseer, es decir, en celos naturales, y en el hecho de hacer ver que poseen atributos físicos o bienes materiales. Cada caso es un asunto de grados. Empero, la mujer posee en estado latente (ovarios) los órganos que el hombre presenta en estado latente (testículos). Ambos, el hombre y la mujer, son el ser humano consagrados para la realización de la totalidad.

Físicamente el macho da y la hembra recibe. Si la mujer quiere poseer un pene no puede hacerlo más que por identificación con su hombre. En este sentido ella depende de él. Mentalmente, dar es ser macho, desear recibir es ser hembra. Este estado natural ha conducido a la mujer a la obediencia y a la sumisión y al hombre a la agresividad. El hombre se conduce en mujer en la medida en que pide. En la medida en que da, la mujer se comporta como hombre. Pero si la mujer quiere dar, necesita dar, su comportamiento es nuevamente femenino: pide, pide que se tome. Así mismo, el hombre que suplica a una mujer o que la persigue con manifestaciones de su virilidad se conduce no como macho sino como hembra.

Ambos se sienten incompletos. La naturaleza no produce dos más que para que lleguen a ser uno: la plenitud a la cual nada falta. Cuando dos se unen pueden crear. Físicamente, el hombre y la mujer pueden crear al niño.

Pero el hombre es también la mujer, la mujer es también el hombre. Virtualmente, todo el universo está [contenido] en el hombre, tanto como en la mujer. De manera general, el hombre no puede ser atraído hacia un objeto más que si él es ya y si es todavía potencialmente, pero que, de una manera u otra rehúsa a aceptarlo.

Lo que buscamos afuera está en nosotros creemos que eso nos falta. El macho busca la hembra exterior por que no la encuentra en él. Pero la potencialidad de la hembra está en cada hombre, la potencialidad del macho está en cada mujer.

La tradición hindú llama ardhnareshvara al ser realizado que ha unido en él las dos naturalezas. Considera que la mitad derecha del organismo es masculina y la mitad izquierda femenina. Eso corresponde a los nadis líneas de circulación de la energía, ida y pingala en el yoga. Es dentro de él que el yogui «une al hombre y a la mujer». He estado cerca de muchos de estos seres completos a menudo he tenido la ocasión de observar su plenitud. Una santa tendrá toda la dulzura, la sensibilidad, la intuición, la apertura a los valores primordiales que se atribuyen a la mujer, pero también la fuerza, el vigor intelectual, el dominio sobre el mundo exterior que se atribuye a los hombres. Un sabio es tanto una madre como un padre. El sabio no siente más la necesidad de dar y recibir. Ha alcanzado la unidad dentro de sí mismo y la unidad con el exterior. Es la unión de las dos naturalezas masculina y femenina dentro de él lo que ha creado al Sabio en vez de crear al niño.

El hombre o la mujer ordinarios -y aquel o aquella aún en la Vía- se sienten así mismos como parciales y, por ello débiles; siente que les falta algo. El camino de la mujer en él pasa por la mujer fuera de él. El camino del hombre en ella pasa por el hombre frente a ella. Tradicionalmente, el principio femenino es la potencialidad o la posibilidad, y el principio masculino la fuerza activa fecundante. La mujer necesita al hombre no sólo para procrear físicamente sino también espiritualmente, y para crecer interiormente. El hombre, a la inversa, necesita a la mujer para obrar, para pasar de la potencia al acto. Para él, entonces su compañera será Dalila, lo que lo esteriliza o lo destruye, o Beatriz, la inspiradora, sin quien no podrá realizar su misión. Hay tanto destinos de hombres degradados como magnificados por una mujer, y ese tema se encuentra en innumerables mitos de todas las culturas.

Una clave simple y eficaz para comprender nuestro mundo es considerarlo como el trastorno, la inversión, del orden legítimo de las cosas. «Satán es el mono de Dios» Unos de los sentidos de perfección de la Vía es que los hombres encarnan en ellos a la mujer y la mujer al hombre. Pero en la actualidad los hombres ya no son ni hombres ni mujeres, y la mujeres ni mujeres ni hombres.

Es el momento en el cual la sexualidad se vuelve una obsesión, ya no individual sino colectiva. Ya no se habla en efecto, más que de hacer la revolución o hacer el amor. El erotismo lo invade todo. Y voy a hablar de ello yo también, pero en una perspectiva que no tiene nada que ver con el mundo moderno.

«Hacer el amor». ¿Qué significa «hacer»? y ¿qué significa «amor»? «Hacer» implica un elevado nivel de conocimiento de sí mismo y de unidad interior. Son raros, muy raros en la actualidad los hombres que pueden «hacer».

El hacer tiene su fuente en la profundidad del ser y su expresión abarca la realidad total. Solo el Ser puede hacer no el yo arrebatado por los deseos, las emociones. El hacer da a cada acto el valor de un rito, y el acto sexual es un rito cuyas repercusiones van más allá del plano físico o burdo. Hay tantas calidades diferentes de acto sexual como hay niveles de ser.

Hacer el «amor». «Si no tengo Amor...» decía San Pablo. Esta misma palabra traduce los términos sánscritos moha (o incluso Kama) y también los términos griegos Eros y Agape, la posesión y la libertad. «Porque la amaba demasiado prefirió matarla a saberla en brazos de otro...». Claro, seguro que le decía «Te Amo».

El amor es el renunciamiento de sí mismo de aquel que sabe que no puede encontrarse más que perdiéndose. Entregarse es liberarse. El amor rompe la limitación de la individualidad o ego, del nombre y de la forma (nama y rupa) y nos reintegra a la Unidad. La unión sexual es el don total de sí mismo: consciente, inconsciente, supraconsciente, cuerpo físico, cuerpo sutil, cuerpo espiritual. Sin el Amor, el acto sexual no es más que la unión de los cuerpos físicos, sigue siendo un acto irrisorio, limitado, decepcionante, un intercambio mediocre de sensaciones genitales más o menos fuertes: masturbarse con la vagina de una chica o con el pene de su marido.

Hacer el amor es darse a sí mismo. Pero para poder darse hay que pertenecerse primero, hay que poder hacer «Te amo». ¿Quién ama a quién? ¿Un yo total unificado, o un yo parcial que no compromete más que una pequeña parte del ser?

Un ser que no puede darse a sí mismo podrá tener éxito en numerosas empresas, pero el fracaso en su vida sexual seguirá siendo la prueba de su fracaso espiritual, de sus conflictos y de sus temores. La sexualidad, de este modo, será una búsqueda del goce físico o una compensación, no la expresión de la libertad y del amor. Un ser puede darse si está seguro de sí, pero no puede hacerlo si inconscientemente, se siente inferior o si tiene miedo. Es cuando uno de los cónyuges sufre una dificultad sexual que el amor consciente de su pareja puede hacer el más hermoso milagro: hacer verdadero a un ser alienado. Pues a partir de ahí, y sólo a partir de ahí, comienza el progreso espiritual, el crecimiento interior. Amar no significa desear el cuerpo del otro sino comprender su esencia. El amor pide simplemente mucha inteligencia y mucha simpatía.

El acto sexual verdadero, el que tiene lugar en la Vía, es aquel que une completamente a dos seres en una ofrenda de sí mismo sin reserva, y no aquel que acopla a dos cuerpos físicos. Este don de sí, acto libre de un adulto, demasiado a menudo es confundido con un deseo regresivo o infantil de vuelta a la indiferenciación de la relación madre-niño. En ambos casos son sobrepasados el sentido de la separación y del encarcelamiento en los límites de la individualidad. Pero la diferencia es la que existe entre un Sabio y un niño. Aquel está consciente, despierto; este no. El amor es un acto consciente.

«El amor sin Amor» no es el amor. No se puede disociar la cuestión del acto sexual, la pareja, del Amor y el matrimonio.

Antes de abordar este dominio tan importante de la vida, quiero, no obstante hacer una observación. El amor del hombre y de la mujer es un asiento del que difícilmente puede hablarse sin malentendido. Como se lo experimenta sobre todo a través de las frustraciones, los miedos, las inhibiciones, los prejuicios y, en particular, del egoísmo de cada uno, es necesaria una larga maduración para considerarlo un adulto verdadero. En lenguaje de los amantes, «Te amo» significa «Ámame». El amor, incluso el gran amor, es el de dos egos limitados, definidos, individualizados pero que quieren sobrepasar sus límites.

Hay un acto sexual, fuera de la pareja y del matrimonio que tiene también su valor trascendente: en aquel en el cual ya no es el señor fulano de tal que se une a la señora o señorita fulana de tal, sino el hombre que se une a la mujer, sin actitud de posesión, sin referencia de tiempo. El principio masculino se une al principio femenino, el hombre ve en la mujer su pareja, la mujer ve en el hombre su pareja. En tales uniones pasajeras, hay una dimensión suprapersonal que también rompe la prisión del individualismo. Es el caso de los acoplamientos rituales en ciertas enseñanzas tántricas. Esta desindividualización se encuentra también en las uniones colectivas. Si les pantouses de varios llegan a estar o vuelven a estar poco a poco a la moda, es por el mecanismo inevitable de la compensación o de la reacción. Todos en la actualidad se ahogan tanto y cada vez más en la estrecha prisión de su ego, que se impone en la necesidad de un estallido, de una impersonalización. En la orgía colectiva no hay más ni yo ni tu, sino la energía vital espontánea expresándose sin el control de la mente ni referencia individual. Resulta de ello un sentimiento de amplitud y de trascendencia, de grandiosidad, que tiene también - no trato en absoluto de escandalizar- algo de religioso, de «numineux»

Claro, cada manifestación de la sexualidad debe ser apreciada en su contexto. Los actos de un hombre llevado por sus deseos y sus rechazos y los actos de un hombre comprometido en la Vía de la conciencia, según una enseñanza válida y verídica, jamás tendrán el mismo sentido. Algunos seres tienen una meta permanente y definitiva: el Despertar, la Realización Espiritual. Los demás son conducidos por emociones más a menos durables, por instintos y pulsiones.


El acto sexual puede ser, pues, disociado del matrimonio, sin por ello atraerse a la condena. Pero la Vía normal pasa por el amor durable entre un hombre y una mujer, por el amor conyugal. El amor es en sí mismo, un aspecto de la Vía: crecer juntos, progresar el uno por el otro. Desgraciadamente, el éxito en el amor conyugal es en la actualidad muy raro. Si esta realización es posible, no es probable. No todos los matrimonios fracasan, pero son muy pocos los que tienen un valor suprahumano y que hayan aportado todo lo que el hombre y la mujer esperaban.

No hay sexualidad perfecta sino en el amor perfecto, aquel al cual nada falta, aquel que nos compromete y nos anima totalmente, sin ninguna frustración o insatisfacción en cualquier plano que sea. La relación conyugal, la relación entre el esposo y la esposa es la más completa y la más rica.

Una mujer debería ser para su esposo todo lo que su esposo espera de la mujer. Un esposo debería ser para su esposa todo lo que su mujer espera de los hombres. La esposa debe ser a la vez amante, hermana, madre, hija, amiga, enfermera, socia y jueza ; y el esposo, amante, hermano, padre, hijo, amigo, enfermero, socio y juez. Todas las relaciones posibles entre un hombre y todas las mujeres, entre una mujer y todos los hombres, están reunidas - o deberían estarlo- en la pareja.

El mejor criterio para saber si se ama y se puede casar válidamente es preguntarse honestamente si se cumple estas condiciones. De lo contrario, de algún modo el hombre guardará en él la nostalgia de la amante apasionada, que posee los atributos eróticos que, subjetiva e íntimamente, le atraen más; la nostalgia de la mujer-camarada con quien puede ser cómplice, y hablar, reir, compartir; de la mujer-madre que sabe servir, reconfortar, consolar, tranquilizar; de la mujer hija a quien puede proteger, guiar, enseñar, a quien puede descubrirle el mundo y sus riquezas; de la mujer hermana que comparte sus sueños, con quien tiene afinidades profundas, con quien hace parte de la misma familia, y que le da el afecto y la ternura apacible; de la mujer socia que comprende sus problemas profesionales, lo ayuda y comparte sus actividades, de la mujer que cura, venda y socorra; de la mujer en quien tiene confianza para ayudarlo a progresar, para ayudarle a verse como él es, para decirle lucidamente es así, o «No es así». Si falta una de esas mujeres en la suya, él la buscará conscientemente en otra parte, o bien la negará, reprimirá su pesar y la buscará inconscientemente en otra parte. Le reprochará a su esposa no ser esa mujer, y su entrega sexual jamás será perfecta. Y es exactamente así para la mujer respecto a su marido.

Parece que ninguna mujer y ningún hombre son lo bastante completos como para asumir todas estas tareas (dharma). De hecho un consorte las realizará mejor mientras más libre sea él de subjetividad y de su mente. El esposo y las esposas deben cumplir mutuamente estas diferentes funciones. Pero estas funciones deberían ser impersonales: la madre, hermana, hija. Mientras más inconscientemente espere el cónyuge cierta madre particular, hermana, hija, menos oportunidades habrá de que su espera sea satisfecha.

La ley del matrimonio es la ley general del ser y del tener: soy un marido, y no: «tengo una mujer». O aún: Soy su marido, y no: es mi esposa. Sólo los seres libres y adultos pueden obedecer estas leyes. Mientras «Te amo» signifique «Ámame», ningún matrimonio feliz y durable es posible. Una exigencia infantil está condenada a la decepción.

El esposo tiene el derecho de esperar que su mujer sea su esposa, la mujer tiene el derecho de esperar que su marido sea un esposo. Aquí interviene con particular virulencia el hecho dramático de que no vemos al otro tal como es en sí mismo, sino a través de nuestras fijaciones inconscientes y de nuestros prejuicios. ¿Quién verdaderamente es nuestra pareja? ¿Cuál es su verdad? ¿Dónde esta la apariencia y dónde la esencia? Todos esperan cierto marido o cierta mujer del cual llevan ya en sí mismos, inconscientemente, la imagen, como un director de teatro que quiere distribuir un rol en una obra. El personaje existe, hay que encontrar aquel o aquella que lo ejecute: un rol particular, no una función. La mente, las emociones, las proyecciones del inconsciente disfrutan mucho y surge la confusión extrema, ceguera, mentira y por supuesto, el sufrimiento. A menudo el hombre busca en la mujer la madre bendita de sus primeros meses cuyo recuerdo imperecedero permanece escondido en su corazón. O bien será atraído por aspectos de la existencia, de la totalidad del ser, que ha negado en él: un hombre austero pasará su tiempo a reprimir, aceptar, reprimir su extremo interés por las mujeres sensuales y lascivas. O aún se identificará directamente con la mujer por lo que es o lo que tiene y que él hubiera querido ser y tener: un hombre feo se sentirá hermoso por la belleza que se acuesta con él, un hombre que lamente no ejercer una profesión amará a una mujer que lo habrá logrado. Pero esta identificación es exactamente lo contrario de la unión o de la unidad (oneness) y la hace imposible por el velo o la pantalla que mantiene entre el amante y su amada.

Lo que acabo de decir para el hombre es naturalmente cierto para la mujer también. En regla general, la relación que el hijo a tenido con su madre y la hija con su padre ejerce una influencia preponderante. Muchos hombres buscan a su madre (y no a la madre) en las mujeres, muchas mujeres buscan a su padre en el hombre. Pero la mente es tan retorcida que puede encontrar en una mujer al padre que le ha faltado y que espera siempre el niño que él es al fondo de sí mismo. Por ejemplo, un hijo - incluso de un padre honorable y honrado- puede sentirse completamente huérfano y estar convencido de que jamás tuvo un padre que lo quiera sino sólo un padre para regañarlo o vejarlo. Tal vez conserve oculta y censurada por entero cortada de su mente de superficie, la imagen de un verdadero papá, de un buen papá que una vez lo alzó en sus brazos, o sobre sus hombres cuando era pequeñito. La función del padre es separar poco a poco al niño de las faldas de su madre y familiarizarlo con el mundo. El padre debe indicar no lo que hay que hacer sino cómo hacerlo, debe enseñarles a su hijo o a su hija y darles confianza en sí mismos. Cuando un padre así ha faltado, un hombre de treinta o aún cuarenta años, puede inconscientemente encontrarlo en la mujer que él ama si ésta ha triunfado en una profesión masculina (la medicina, por ejemplo), si es fuerte, tiene experiencia, gana dinero, puede introducirlo en un medio que él no conoce, que tiene los atributos del padre ideal. Por poco que esta mujer tenga también un sufrimiento o una debilidad que la haga vulnerable, este hombre se enamorará fácilmente de ella. Pues más perdido se sienta uno mismo (y como podría no sentirse así un hijo cuyo padre le ha fallado?) mayor será la necesidad de proteger a los demás.

Es así como el «amor», la «pasión» es casi siempre un mecanismo ciego, y «enamorarse» es no una elevación sino verdaderamente una caída. Hay que tener cuidado de no confundir el amor y la fascinación. La fascinación por lo demás recíproca y compartida, es una atracción que parece irresistible pero que no puede ser durable, pues está fundada sólo en la ignorancia y en los mecanismos inconscientes y mantiene todo el tiempo en el miedo. A esta fascinación se la llama («tamber remoureux»), literalmente «caer enamorado», igualmente amor, o gran amor, y es empero lo contrario, con la fascinación se mata y puede matarse uno mismo; con el amor se vive y se ayuda a vivir. Para la fascinación la separación es tortura, mientras que el amor crece en la ausencia.

La fascinación necesita decir «te amo»; el amor se muestra y lo prueba sin decirlo. La fascinación pregunta sin cesar: «¿me amas?». El amor ha hecho uno a quienes era dos. La fascinación sabe que la vida puede separar los cuerpos; el amor sabe que no puede dividirse el espíritu.

Y sobretodo, la fascinación exige del otro que corresponda a la imagen prefigurada que impone, y el amor ve al otro y lo acepta tal como es. Cualquiera puede fascinarse. Más para amar es necesario ya un nivel de ser elevado, un verdadero adulto, un conocimiento y un dominio de sí mismo que no vienen así nomás, muy al contrario.
La fascinación jamás dura. Conduce al sufrimiento, luego muere... hasta la próxima vez. Pero el amor crece y se enriquece sin cesar. Los esposos, dice la Biblia, «no son más que una sola alma y una sola carne».

Como expresión del amor verdadero, la vida sexual adquiere una nueva dimensión Sobrepasa el nivel estrictamente físico a la vez que asocia los cuerpos en una unión inmensamente más profunda y sutil, y se apoya a esta sexualidad para alcanzar una unidad cada vez más perfecta.

La gran enseñanza del acto sexual es que la unión física es un engaño. El plano físico implica formas separadas, y físicamente dos no pueden ser uno, cualquiera que sea la necesidad de sobrepasar esta forma, de hacerla desaparecer y de fusionarse con el otro. Sin embargo, es una ley de la naturaleza tratar siempre de neutralizar o borrar las distinciones que ella misma ha creado. En el acto sexual, el juego de tomar y dar es particularmente significativo. «Tómame». «Me doy a ti». Cada uno quiere darse y tomar al otro. Pero la unidad no existe más que ahí donde ya no se trata de tomar ni de dar, donde este doble movimiento ha sido neutralizado. Aún los cuerpos superiores son todavía formas, por muy sutiles que sean. Y «hacer el amor» es mucho más que lo que expresan estas palabras.

No se trata sólo del acoplamiento de los cuerpos físicos y de la unión de los planos sutiles del ser - aunque primero habría que aceptar la existencia de estos planos. El don de sí mismo recíproco ya es definitivo y perfecto y los cuerpos están invitados a participar. La iniciativa no viene del cuerpo. El sentimiento de no ser más que uno en dos, o dos en uno, se lo vive en toda su intensidad. Sólo el encuentro de las miradas lo materializa en el plano físico. Por lo demás, es sorprendente constatar que, en los acoplamientos ordinarios en los que cada uno permanece prisionero de cada uno en sí mismo, hay miedo de mirarse el uno al otro. El don mutuo se expresa en primer lugar por los ojos. Es entonces que se le da al cuerpo la libertad total de manifestar conscientemente. Ya no hay tiempo ni separación. El amante, la amante y el amor que los une son una trinidad perfecta, indisociable y pura como el estado de gracia que precede a la caída en la multiplicidad. Es, en el plano material, el gran sacramento metafísico del Adwafos-Vedanta: dos que no son más que uno. Sabemos que ya han empezado ha envejecer. Pero la verdadera unión de los cuerpos, de la cual hablan todas las Escrituras Sagradas, sobrepasa los cuerpos y conduce a la expansión de la consciencia liberada de los límites del cuerpo. Es la paradoja del Yoga: por el cuerpo más allá del cuerpo. Además puede hacerse muchas relaciones entre la intensificación de las funciones orgánicas en la hatayoga y en el acto sexual digno de dos seres humanos.

El acto sexual funda una parte de su valor y su importancia en el hecho de estar directamente ligado a la respiración. A partir del momento en que alguien está animado sexualmente, su respiración cambia y se vuelve rítmica. En la unión hay un ritmo, o mejor, varios ritmos respiratorios sucesivos que corresponden naturalmente a los ejercicios respiratorios del yoga, trayendo espontáneamente las modificaciones del nivel de la consciencia. Ambos pueden conducir a una ruptura de nivel, al rompimiento temporal de los límites del ego, y al samadhi, a la trascendencia.

La concentración de las energías físicas, emocional y mental se hace por sí mismas. Las funciones ordinarias, en particular el personaje superficial con que estamos identificados, se detienen provisionalmente. El hombre y la mujer están animados por la energía fundamental, la energía original, no aún diferenciada como energía física, emocional y mental. Es la vuelta a las transparencia, a la espontaneidad, a la verdad de antes de las deformaciones, de los traumatismos, y de los condicionamientos. Los amantes se reintegran a la realidad profunda esencial de su ser. En este sentido la unión sexual verdadera es una forma de meditación; determina un nivel de cambio de consciencia que va hasta la supresión momentánea del sentido del ego. (Una Upanishad ha llegado a decir que el Sabio vive en un orgasmo eterno). Entonces, y sólo entonces, nace el sentimiento de perfección y plenitud. Pero es preciso, justamente, que no sea el ego quien haga el amor sólo para satisfacer una necesidad de afirmación, de posesión, esclavitud o incluso simplemente, un deseo de placer o de sensaciones.

El acto sexual es una circunstancia privilegiada para el ejercicio de la actitud anterior justa frente a cualquier situación. Un ser humano está activamente en el camino espiritual cuando se siente Ser, cuando se siente animado por una potente energía de la cual él es el canal. En efecto, si sus polaridades se corresponden , la presencia mutua de un hombre y de una mujer les despierta un intenso sentimiento de ser. Es posible entonces comprender y vivir el verdadero hacer que es dejar de hacer. El sabio es el doer perfecto por que no hay en el doer individual. De igual modo los amantes dejan manifestarse a esta fuerza más vasta. más justa, más pura que sus egos respectivos.

En el transcurso de la existencia, lo importante es vivir siempre estrictamente en el instante, en el presente. Es muy difícil. Pero lo es un poco menos en la unión física. Por lo general en un acoplamiento ordinario, la actitud de la pareja es falseada por el recuerdo consciente de actos sexuales anteriores que vienen a predeterminar el acto en curso. Esta actitud se vicia también por la espera y la representación de los minutos siguientes. Cada gesto, en vez de ser perfectamente efectuado y sentido por sí mismo y en sí mismo, es ejecutado como la promesa y la preparación del gesto siguiente, un poco más íntimo. No se lo vive perfectamente, entonces, y todo lo que podría aportar se pierde. Cada uno trata impropiamente de hacer, hacer lo que podría permitirle a su pareja que lo satisfaga a él. En fin, ambos tratan de «perder la cabeza», es decir, liberarse de la estrechez de mente, hundiéndose en la infraconsciencia, en vez de vivir conscientemente una maravillosa revelación de libertad.

Este comportamiento es falso. La sabiduría es siempre la experiencia de la pura instantaneidad. Esta es posible en el amor viviendo el acto de unión y sus preliminares en la plenitud de cada instante, sin referencia a ninguna noción de tiempo.

El amante no posa su mano sobre la mano de la amante. La mano se posa como una evidencia y una certidumbre. Y se posa sin ser considerada como un preludio a absolutamente a nada, sin ninguna espera preconcebida. En vez de ser un acto mecánico y sin significación, cada gesto simple se reviste de una grandeza y una profundidad inmensa. El amor se vuelve realmente una participación y una meditación. Nada es buscado. Todo es recibido con una disponibilidad total a lo desconocido y a la novedad. El orgasmo que es generalmente considerado como un fin, como una consumación, se revela, al contrario, como un comienzo, una apertura sobre un estado interior de comunión y de contemplación, en el cual la consciencia se libera dl funcionamiento psicomental. En vez de aportarnos tristeza nos otorga la paz y la certidumbre que están en nosotros, que nosotros mismos somos.

En esta perspectiva ya no se trata de tomar sino de acoger. La relajación y la aceptación son totales, sin ninguna rigidez, ni ansiedad, sin ningún deseo de producir u obtener un resultado particular. El proceso sexual se desarrolla y se intensifica por sí mismo y los amantes se someten a él libremente. Ellos no hacen el amor: el amor se hace. También en esta perspectiva se comprender de que manera el deseo libidinoso y la codicia son, en efecto, faltas o «pecados», en oposición a la unión verdadera. Para los amantes juntos el amor es un abandono, una apertura, un brote interior del cual la abertura de la cavidad femenina y el brote del semen masculino son símbolos físicos sensibles. Mientras se trate de hacer, no puede hacerse más que lo que se concibe. Pero de lo que se trata de una realidad infinitamente más grande que nosotros y que somos incapaces de concebir. Sólo podemos recibirlas.

La unión sexual es un rito, en el sentido técnico del término. El rito se distingue de la simple ceremonia: un acto realizado conscientemente en el plano físico (o «burdo») produce efectos en el plano sutil o incluso trascendente. Pero esto lo han perdido de vista por completo nuestros contemporáneos quienes parecen tomar como norma y medida el reino actual de la materialidad. Pero aún si se olvida cada vez más no por ello el carácter sagrado del acto sexual le quita a éste su carácter de «misterio», en el sentido iniciático de la palabra. Considerar el amor sexual como una impulsión física es una profanación, y existen varios textos islámicos e hindúes: como orar durante la unión.

Se han establecido muchas relaciones entre las experiencias eróticas y las experiencias místicas. La misma palabra éxtasis es a veces empleada para evitar cualquier confusión. Si la unión física puede ser el punto de partida de una realización espiritual, ocurre también que los transportes místicos no sean sino formas desviadas del más material y sensual de los erotismos.

La unión sexual sagrada se enriquece con la fidelidad. Uno puede considerar que tal mujer o tal hombre es atrayente, pero nada más. Pero aquí la infidelidad es imposible, incluso en pensamiento. ¿Para qué cambiar aquello en lo cual no hay repetición ni monotonía? Cada unión es original, incomparablemente única. Cada unión es la primera, es una manifestación espontánea, fuera del tiempo, es la expresión de una comunión del sentimiento, intelecto, espíritu, cada vez más rico y profundo. El acto sexual es una improvisación espontánea de dos, como la de ciertos músicos orientales. La misma inspiración parece nacer al mismo tiempo en ambos. Los hindúes dicen que en la unión los amantes ya no se sienten como hombres ni las amantes como mujeres: es una sola consciencia la que borra las diferencias de los cuerpos.

En cuanto a la sexualidad femenina, la ciencia tradicional o esotérica confirma la distinción de la sensibilidad superficial, infantil, del clítoris y de la sensibilidad vaginal, profunda adulta. El orgasmo del clítoris puede incluso ser un obstáculo para el desarrollo pleno del ser integral de la mujer. Freud está en esto más cerca de la verdad que los investigadores norteamericanos. Ninguna medida científica dará cuenta del dominio suprafísico que es, empero el más importante.

Hay que ver que en la degeneración actual, la inversión de todas las verdades es llevada cada vez más lejos. Ha llegado a ser tal la nulidad de los amantes, que la inversión lírica, el himno de los cuerpos, ha dejado su lugar al ensayo laborioso de todas las posturas que nos muestran los libritos, rojos o blancos que vienen de Suecia o Dinamarca. No es sorprendente entonces que la necesidad de cambiar de pareja se vuelva cada vez más apremiante. Eso se llama -una vez más la caricatura- libertad sexual, independencia de los cónyuges, emancipación de la mujer. No es más que la opresión de la mente, la tiranía del egoísmo, la prisión interior. La mente que es el funcionamiento más falso y artificial, ha contaminado la última función que podía seguir siendo natural, espontánea, semejante a la alegría y a los juegos de los niños, camino de reintegración en la verdadera libertad primordial.

Mientras más avanza un hombre o una mujer en la escala de los niveles del Ser, más progresa su vida sexual. La sexualidad se enriquece con los otros aspectos de la Vía. Poco a poco, el acto sexual se acerca cada vez más a la perfección. Cuando esta perfección ha sido alcanzada el hombre y la mujer son libres de la sexualidad y están disponibles para los estados siguientes de la evolución. Lo que es perfecto está consumado. No se rehace una multiplicación que se prueba exacta. No se siente más necesidad de repetir lo que ha sido realizado, salvo la aspiración a descubrir nuevos planos, cada vez más sutiles de la realidad.

Ahora que he hecho justicia al acto sexual y que no podría acusárseme de puritanismo o de odio cristiano por la «carne», quisiera, no obstante, señalar aún un punto en este dominio en el cual el Occidente se equivoca actualmente por completo. En todas partes la cantidad a reemplazado a la calidad. Entre la represión y la anarquía, «la vía del medio» exige un mínimo de disciplina y de conciencia. En verdad, el acto sexual es un acto grave, precioso, que no debe efectuarse en cualquier sitio ni de cualquier manera. Todos los ordenes tradicionales (judaísmo, Islam, Hinduísmo,etc) han establecido reglas físicas, válidas para todos, que fijan cuándo y en qué condiciones la unión física de los esposos es lícita y legítima. En el plano exotérico, en el plano de la ley, es la aplicación de los principios que no son comprensibles más que a la luz del esoterismo.

Este libro no está consagrado a los problemas de la pareja sino a los caminos de la sabiduría, y es en esta perspectiva de la Vía que estoy considerando la relación del esposo y la esposa. Por lo demás es sólo en esta perspectiva que la unión de un hombre y una mujer puede tomar su verdadero sentido, ayudándose mutuamente a progresar. Es una obra de dos que duran toda la vida y que incluso puede proseguir a través de las encarnaciones sucesivas. Aparte de la relación del gurú al chella (discípulo), del maestro al discípulo, ninguna relación humana es tan sagrada como la del esposo con la esposa cuando es considerada como una vía no-egoista hacia la perfección: no ser más un hombre sino el hombre, no una mujer sino la mujer, luego uno y otra llegar a ser el Hombre: Dios creo al Hombre a su imagen.

La mayoría de hombres y las mujeres que nos rodean no han tenido la oportunidad de ir hasta el fondo de su propia verdad, y no se conocen a sí mismos. La mayoría también enmascara con sus empresas, sus actividades, sus éxitos, un inmenso desampara oculto, reprimido que, a veces en un recodo de la vida alrededor de los cuarenta años estalla en neurosis. Pero, por lo general, se manifiesta de manera desviada e insidiosa: uno bebe demasiado, otro fuma demasiado, una tiene demasiada necesidad de mirarse en el espejo, la otra demasiada necesidad de ser mirada por los hombres. Cristo trató a los fariseos de sepulcros blanqueados, llenos de podredumbre. Cuántos conflictos, desconcierto, miedos, cobardías, cuánta agresividad, rebelión, angustia, cuántos llamados de socorro se esconden detrás del personaje que desempeñamos ante nuestros propios ojos y ante la sociedad. «Todas las criaturas aspiran a la felicidad» ha dicho Buda «que tu compasión se extienda entonces sobre todas ellas». Buda ha sido llamado el gran médico. La Vía es un inmenso hospital donde se encuentran aquellos que han reconocido y aceptado que están enfermos. Su enfermedad es la del Ego, la del individualismo, que nos aprisiona en la dualidad de los deseos y los rechazos. Quien dice enfermedad dice también buena salud. La enfermedad es un funcionamiento inarmónico que se impone sobre la salud. La naturaleza, verdadera, primordial de todos, es la salud espiritual y la felicidad. Siendo tan orgullosos como somos deberíamos sentirnos horriblemente vejados de no ser perfectamente felices, pues eso significa que no somos nosotros mismos sino una caricatura.

Aquel que se ha comprometido con la Vía no quiere mentirse más. Ya no quiere transformar a los demás para evitar transformarse así mismo, para hacer de los demás lo que no logra hacer de sí mismo. Reconoce su nulidad y a la vez, está decidido a curarse cueste lo que cueste. Comprende que hay poco a poco profundamente en él situaciones, relaciones, campos de fuerza que no pueden expresarse libremente. Sus sueños, esperanzas, temores, proyectos, son reemplazos o compensaciones. No basta darse cuenta que uno no se conoce, querer conocerse para que eso sea fácil. Las represiones, las mentiras, las deformaciones se han vuelto parte de nosotros mismos. Impregnan nuestras células la unificación y la liberación son una empresa larga y dolorosa que exigen coraje, honestidad y una perseverancia sin falla.

El hombre y la mujer que se aman, que «Dios ha dado el uno a la otra», son aliados en esta tarea. «Para lo mejor y para lo peor» no concierne sólo a los sucesos exteriores sino también a las vicisitudes y los dramas interiores. Para lo mejor, es decir, cuando el otro, libre de emociones, se comporta como adulto consciente. Para lo peor: cuando el otro, arrebatado por su emoción no es una reacción mecánica. ¿Cuánta amor verdadero y cuánta comprensión de su propia condición son entonces necesarios para recordar que esta exigencia infantil, esta injusticia, esta cólera, esta vanidad no son la realidad esencial de aquel o aquella que está frente a nosotros. Quien se atrevería a juzgar a un enfermo cuya herida sangra o que es sofocada por la tos? Los esposos deben estar vigilantes no sólo para sí sino también para su pareja.

El matrimonio es la desnudez completa de una ante el otro: la desnudez en los cuerpos en la unión física es el signo de la desnudez de las almas. Los amantes desean la desnudez física total para que su unión sea perfecta. Ocurre lo mismo con la desnudez moral y mental. Los esposos no se esconden nada. Es cuestión de tiempo, de lugar y de circunstancia. Una mujer no se muestra desnuda a su marido mientras él estudia o escribe. Igualmente un esposo y una esposa tienen en cuenta las condiciones particulares de su cónyuge para desnudarse psicológicamente. Sólo el Sabio es perfectamente neutro. Todos tienen sus emociones latentes que pueden ser atizadas y sus heridas intimas pueden ser reavivadas por ciertos pensamientos, temores, deseos del ser amado. La comunión de la desnudeses morales tanto como la unión desnudeses físicas, es un intercambio corriente, no violación o agresión. No se puede respetar los sentimientos sin respetar los cuerpos.

Esta verdad total no es posible más que entre aquel y aquella que se aman. Es su privilegio. En muchas tradiciones la mujer no se muestra completamente más que a su marido: la musulmana se vela para salir, la hindú no suelta completamente sus cabellos más que para él. El pudor respecto a los extranjeros no es en absoluto incompatible con la perfección erótica en la intimidad. Al contrario, la plenitud sexual va de par con la castidad. La costumbre de reservar la visión de su cuerpo al esposo - y de la que se está lejos con los trajes de baño de dos piezas y los bikinis- no es la expresión de una servidumbre sino de un profundo conocimiento esotérico que el mundo moderno ha perdido por completo. Es el signo de un sacramento. Todo está tan lejos de nuestra actual posibilidad de comprensión que sería inútil extenderse sobre ello. Puesto que vemos las cosas de manera opuesta, no lo neguemos. Pero no condenemos un orden cuya significación se nos escapa y no descuidemos ninguna de las oportunidades que se nos da para profundizar nuestra comprensión.

Este descubrimiento de los esposos es la primera expresión del verdadero amor. Pero esto exigen una confianza total, fuera de la cual el matrimonio no es más que el acoplamiento de dos egoísmos o de dos fascinaciones. Si cada mundo inconsciente o una imagen particular de hombre y mujer igualmente inconsciente, puede haber fascinación maravillosa o trágica pero no amor. El amor comienza con el conocimiento del otro a través del conocimiento de sí mismo. Para amar hay que ser.

De todos modos, no se puede hacer trampa con su cónyuge. «Para nuestros criados no somos nobles». No hay gran hombre para su esposa ni mujer ideal para su marido. La única admiración posible, una vez desmentida el entusiasmo de la fascinación, es por el coraje y la sinceridad. Una pareja se respetará tanto más cuanto que cada uno verá en el otro la aceptación de la verdad y el combate consigo mismo para llegar a ser más fuerte y más libre. Las relaciones superficiales a nivel de la mente y del cuerpo impide que se manifieste una relación más profunda al nivel de las esencias. Si todas las funciones de un hombre y de una mujer (padre, hija, hermano, amiga, amante, socia) están implicadas en el amor, todos los niveles de sí mismo - y todas las contradicciones- están implicados también. Amo con «lo mejor» de mí, estoy fascinado con «lo peor» de mí. Cada uno de los cónyuges lo acepta para sí y para el otro. ¿Es un deber? No, es un derecho, el derecho de tener verdaderamente el dharma (ley, orden, armonía) de un esposo y de una esposa, luego, de ser y de devenir. Cada uno puede sentir entonces: «Soy para él», «Soy para ella» y no «él -o ella- es para mí». Eso exige una extrema vigilancia y a veces comprender su sentido y su alcance. Rechazo la emoción y la reacción porque revelan mi espera. Rechazo al otro. Un sufrimiento reprimido grita: «No, no» y reclama obstinadamente el gesto o las palabras que no vienen. A partir de ahí cualquier reacción es posible si la mente tiene la iniciativa de las operaciones. Cualquier reacción es posible, pero una sola acción es justa: el corazón del camino espiritual. Al aceptar mi emoción por encima de mí, reconociendo su fuerza de convicción, mi ser se disocia de mi mente. Es el comienza del verdadero «Soy». El verdadero Soy jamás pide. No el ego sino el yo verdadero lo que es la realidad, siente y comprende verdaderamente. Enraizado en mi profundidad y mi libertad, el ser libre y unificado es uno con el otro a quien tal vez sin palabras, sin gestos - el amor lo llama a esta paz que está siempre en nosotros, como el cielo azul está siempre más allá de las nubes negras.

Amando sin egoísmo, esforzándose por dar sin pedir, el esposo o la esposa no se sacrifican. Al contrario, se vuelven cada vez más libres. Mientras más renuncian a poseer al otro, más sienten que el otro es de él, que el otro es uno mismo. «El amor hecho de emociones y de reacciones inspira en la pareja las mismas emociones y reacciones. Pero el amor consciente atrae al amor verdadero. Nadie se engaña ni ignora al amor que ama sin debilidad, pero también sin condena.

Todo lo que acabo de decir sobre el amor entre los esposos representa la forma más justa entre la relación entre el hombre y la mujer. Pero rara vez se alcanza esta relación. Los fracasos, las dificultades pueden llegar a ser también una parte de la Vía, con la condición de vivirlos en la verdad y no en conflicto con la moral. Es en el dominio de la sexualidad que la moral inventa la mayor confusión.

Una de los aspectos del Adhyatma-Yoga más difíciles de comprender es su rechazo de los criterios morales y sociales y de la distinción del bien y el mal. No hay más que casos particulares. La cuestión no es: «¿Es bueno o malo?» sino «¿Es justo o falso?» La respuesta jamás es dada por la aplicación de principios o de prescripciones sino por la situación misma. Si se ve a todos los aspectos de una situación y se tiene en cuenta todos los hechos, aprehendidos de manera neutra, la justicia propia de cada situación aparece de por sí. como una respuesta que se impone por sí misma. Para volverse adulto, responsable, consciente, para encontrar nuestra dependencia en nosotros, no afuera, debemos eliminar las reglas morales y los juicios de valor que nos han sido impuestos desde afuera, y que se han grabado en nuestra mente. Estas concepciones nos son ajenas, y, por consiguiente, crean forzosamente la división en nosotros.

Claro, puede parecer que el rechazo de los principios morales deja el campo libre a las acciones licenciosas y a las satisfacciones egoístas incontroladas: «Yo hago lo que gusto y al diantre con los demás», lo cual sería, en efecto, exactamente lo contrario a la Vía.

Liberarse de la ley es la más alta decisión que puede tomar un ser humano. Pero eso no es posible más que para quienes han reconocido la autoridad de un maestro, que está ya completamente por encima de las leyes, pero que es también totalmente libre de su ego, enteramente impersonal. El maestro no dará esta enseñanza fuera de la moral más que dentro de la perspectiva del esoterismo, mejor dicho, jamás a cualquiera, sino exclusivamente a quienes ya no están movidos por sus impulsiones y sus intereses individuales. Sólo es digno de esta enseñanza el discípulo que ha mostrado su exigencia íntima de verdad y perfección y que está dispuesto a pagar cualquier precio para llegar a ser libre. Este discípulo todavía tiene deseos, aun tiene ego, pero también tiene una aspiración estable, profunda, sincera, por el verdadero conocimiento interior.

Para poder crecer es preciso ser realmente uno mismo y estar unificado. Si la verdad es que soy un demonio, sólo este demonio puede evolucionar, transformarse, volverse menos egoísta (lo que no evolucionará es la imagen ideal con la que mis padres o mis educadores me han enseñado a ocultar la verdad). Decirle «No mientas» a un mentiroso, o «quédate quieto» a un niño que está moviéndose todo el tiempo, crea inmediatamente a otro. Una doble personalidad (split personality) divide al niño entre «Yo miento» y «Yo no debo mentir». «Yo quiero moverme» y «Yo debo quedarme quieto» De nada sirve ordenar cuando la orden no puede ser cumplida. Al contrario, es muy grave. Hay que encontrar y suprimir la causa de la mentira o la causa de la agitación motriz. Es inútil humillar y desolar a un niño reprochándole todo el tiempo ser tan hablador, si es sólo a los cuarenta años y luego de semanas de lucha épica consigo mismo que comprenderá a qué profundidad y en qué sufrimiento está enraizada su necesidad de hablar y de ser escuchado.

No basta decir lo que hay que hacer y no hacer; hay que mostrar el camino hacia lo justo, el camino que me conducirá a mí mismo tal como yo soy y no tal como debería yo ser.

Los mandamientos religiosos y la ley, de los que proceden todas las reglas morales, incluso laicas, dan una descripción del hombre perfecto. El sabio, en efecto, no miente, no comete adulterio, no codicia. El honra a su padre y a su madre, pues es libre de toda reacción infantil inconsciente respecto a la imagen del padre, y la madre, realización que es muy rara. La verdadera religión, la única verdadera, es la vía hacia esta perfección y que comporta los medios de llegar a ella, es la enseñanza de la transformación personal. Entre quienes se dicen cristianos, ¿Quién puede poner en práctica los mandamientos, todos?, y por lo demás ¿quién los pone en práctica? No basta aferrarse a uno en detrimento a otros. Si yo no cometo adulterio pero compenso mi represión codiciando los bienes ajenos o juzgando a los demás, no estoy en la verdad.

La moral impuesta desde afuera, y que no es la expresión de nuestro nivel de ser nos mantiene en la dualidad y en el conflicto con nosotros mismos, en la ceguera y la mentira. El verdadero combate en nosotros está entre el deseo de satisfacer la dependencia, infantilismo, egoísmo y el deseo de llegar a ser adulto, libre, despierto. Hay madres que se consagran a actividades sociales desinteresadas y que son completamente egoístas, que imponen por todas partes sus prejuicios y sus preferencias. En la actualidad, la vida sentimental y sexual oscila entre la anarquía y la represión entre las impulsiones y las mentiras. El abismo es cada vez más profundo entre los vestigios de la moral y la practica cotidiana. El amor, no sólo ya no es una vía, sino que muy a menudo es una prisión, una batalla de reacciones. Sólo la verdad puede aportar un poco de luz a estas tinieblas y, sobre todo, a estos sufrimientos: jamás la mentira.
Esto es tanto más grave cuanto que el hombre y la mujer no son los únicos implicados sino también sus hijos, y que lo que hace más daño a los niños es que se dan cuenta de la mentira en los adultos.

«La vida separa a los que se aman» repiten las novelas, películas, canciones. No es la vida sino la mentira, el rechazo de la realidad, de las leyes universales que son inexorables. La felicidad conyugal está hecha de una reconciliación y de una armonización con el orden cósmico en el cual están insertos el hombre y la mujer. La nostalgia del amor único y eterno, la idea de que en algún sitio existe un hombre, o una mujer, que nos corresponde exactamente permanecen tenaces al fondo del corazón humano. Muchos amantes han creído de todo corazón que habían sido creados el uno para el otro. Algunos meses más tarde no queda más que la amargura, decepción y sufrimiento. ¿Qué mejor prueba de que vivimos en la mentira y en el sueño? El hombre y la mujer cambian de año en año, de minuto a minuto. Es que este cambio ¿les separa o les acerca?

Es un cambio que ¿se hace consciente o por la fuerza de las cosas? Quienes están de verdad comprometidos con la Vía se acercan a cierta meta que se ha llamado simbólicamente la cima de la montaña. Sus caminos convergen y no pueden sino comprenderse cada vez mejor.

Lo esencial es que haya alguien para amar, un ser unificado, cuyo sí sea sí y cuyo no sea no. No se puede amar a alguien si uno no se ama a sí mismo, y uno no puede amarse a sí mismo, si se está en conflicto consigo mismo, si se dice sí en la mañana y no en la tarde. El hombre moderno se encuentra en la situación trágica de tener que saber como funciona. Esto es tan aberrante como tener que conducir un coche en la Plaza la Concordia sin saber lo que es un desembrague, e inmediatamente más dramático. Ninguna de nuestras acciones tiene el sentido que les damos. Es ceguera. Un hombre o una mujer aman. Pero están sometidos por fuerzas que los manejan sin que lo sepan y que los llevan ahí donde no quieran ir.
Confrontando con tantos fracasos, desilusiones, sufrimientos, ¿Cómo puede el hombre contemporáneo soportar su vida sin conocimiento de sí mismo y sin conocer las leyes de la manifestación universal?

1 comentario:

Hakkani Peru dijo...

Bismillahi Rahamani Rahim

Más allá de aspectos lúcidos y hasta brillantes del artículo, la sombra de un conocimiento parcial (finalmente, auto-elaborado con trozos y pizcas de aquí y de allí) que cae en ciertos aspectos en tópicos inesperadamente (¿inesperadamente?) 'no rectos' (fuera de Haqq), se ve en una expresión como:

"Liberarse de la ley es la más alta decisión que puede tomar un ser humano. Pero eso no es posible más que para quienes han reconocido la autoridad de un maestro, que está ya completamente por encima de las leyes".

En la tradición del Islam, en el sufismo, la Ley, la Sharia, es una bendición y una fuente de reconexión con el Real, Allah.

De allí que los shaykhs sufis hayan siempre avisado contra desviaciones doctrinales como la citada.

El Shaykh al Kamil, como dice el Imama ar Rabbani (qs), el wali perfecto muhammadiano, estará siempre indesligable y necesariamente, por necesidad interna de su estación, en la Ley de manera perfecta y modélica, estar fuera de la Ley es para él ya un imposible (está 'protegido' contra ese error).

Ni el más grande de los Mensajeros y Profetas de Dios, ellos mismos fuente de la wilaya de todos los walis (santos-gnósticos) de sus naciones, me refiero a Sayyidina Muhammad (que Allah le bendiga y le dé paz), estuvo 'por encima de las leyes'.

Como decía el Imam Junayd (qs), quien diga que por ser sufi ha llegado a un estado tal que puede estar 'por encima' (aunque sea solamente de modo virtual) ha caído en un engaño del shaytan.

No extraña entonces que, como apariciones 'inesperadas' (¿inesperadas?) de fragmentos contrarios al verdadero conocimiento, se mezclen aquí y allí en este texto que presenta grandes trozos de otro modo memorables, frases al estilo de:

"Hay un acto sexual, fuera de la pareja y del matrimonio que tiene también su valor trascendente: en aquel en el cual ya no es el señor fulano de tal que se une a la señora o señorita fulana de tal, sino el hombre que se une a la mujer, sin actitud de posesión, sin referencia de tiempo. El principio masculino se une al principio femenino, el hombre ve en la mujer su pareja, la mujer ve en el hombre su pareja. En tales uniones pasajeras, hay una dimensión suprapersonal que también rompe la prisión del individualismo. Es el caso de los acoplamientos rituales en ciertas enseñanzas tántricas. Esta desindividualización se encuentra también en las uniones colectivas.

El acto sexual puede ser, pues, disociado del matrimonio, sin por ello atraerse a la condena. Pero la Vía normal pasa por el amor durable entre un hombre y una mujer, por el amor conyugal."

¿Cómo puede adjudicarse apreciación de verdadera sabiduría (con S mayúscula de Sophia) a quien ha caído en errores que para cualquier sufi serían tan burdos y significativamente indicadores?

Salams


Nureddin

PD: Lo de 'the trusted' en el título de mi intervención es puro asunto de google. 'The trusted' para mi es solo un Shaykh, y tras el su Granshaykh y tras él el Mensajero de Haqq.