17 de julio de 2019

¿QUÉ ES ALIENACIÓN? SEGÚN MARCO ANTONIO DENEGRI

¿Qué es Alienación, según Marco Antonio Denegri?


MAD realiza una análisis filológico, literario y filosófico del termino alienación, pero me parece raro que no haya comentado el texto de Salazar Bondy, pero bueno para resolver esa omisión... hemos incluido la definición dada por ASB.



¿Que es Alienación, según Salazar Bondy?

Defino alienación, en cuanto categoría filosófíco-antropológica, como la condición de un individuo o grupo humano que ha perdido su ser propio o lo ha degradado por vivir según modos y formas de existencia inferiores o ajenas a su plena realización. Al estar alienado, el ser humano se convierte en otro y, en tanto que tal, en un ser defectivo, extraño a su esencia. No debe confundirse esta categoría con la médica, aunque ella es la fuente y la condición de posibilidad de la alteración patológica del psiquismo humano.

Términos opuestos a los de ‘alienación’, ‘alienado’ o ‘enajenado’ son los de ‘cumplimiento’, ‘realización’ y ‘ser cumplido o realizado’. Como se colige fácilmente, su definición implica las notas contrarias a las comprendidas en los conceptos mencionados en primer lugar.

(Salazar Bondy, Augusto. Entre Escila y Caribdis. INC. Lima. p. 35.)


LA CULTURA DE LA DOMINACIÓN - AUGUSTO SALAZAR BONDY


TEXTOS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFÍA PERUANA

Augusto Salazar Bondy es uno de los principales representantes de la filosofía peruana en el siglo XX. Iniciamos esta compilación de textos sobre la filosofía peruana, presentado uno de los más importantes ensayos de la filosofía en el Perú, "la cultura de la dominación" texto fundamental para comprender la problemática nacional. Considero que el libro "Entre escila y caribdis" es uno de los principales libros de la filosofía en el Perú, equiparable, a los "Siete ensayos" de Mariátegui.




LA CULTURA DE LA DOMINACIÓN  (*)


Augusto Salazar Bondy

Exordio terminológico

Conviene definir de antemano algunos términos principales empleados en nuestro trabajo, los cuales no siempre tienen un uso uniforme en el lenguaje filosófico, científico o cotidiano.

1. Entiendo la palabra “cultura” en el sentido neutral de la antropología como el nombre de un sistema de valores, símbolos y actitudes con que un grupo humano responde a las solicitudes y conflictos que provienen del mundo y la existencia. Correlativamente aplico el término “culto” al individuo que ha asimilado, en mayor o menor medida, dicho sistema y actúa conforme a él. Puesta así en relación con el sujeto individual, la cultura señala a la vez el grado de adaptación de éste a la comunidad y el grado de aceptación y estimación de él por la comunidad.

   El hecho de que la palabra “culto” y frecuentemente también la palabra “cultura” comuniquen una valoración, pone límite a la neutralidad del uso antropológico de ambos términos. Otra limitación es la siguiente: el que se pueda hablar de cultura con respecto a cualquier grupo humano y, por ende, de sujetos cultos de todo tipo, no impide diferenciar las condiciones que ofrece la cultura en cada caso y juzgar el modo y la eficiencia de su función práctica. El elemento de crítica y evaluación que se introduce así es cosa no siempre compatible con la neutralidad pura, aunque no afecte la validez científica de los asertos que se formulen. Que sea aceptable este elemento estimativo, sin mengua del vasto uso de los términos permitidos por la antropología, es cosa que nos interesa particularmente porque, como dijimos, nuestro propósito es criticar e interpretar, no meramente describir, la cultura de hoy.
2. Entiendo por mistificación esa peculiar situación que se da cuando se aceptan y oficializan como valiosos o reales, hechos, personas e instituciones, por razones extrañas a su entidad. En este caso lo valioso o lo verdadero pierde su substancia y es estimado como algo distinto de lo que es. Intimamente ligado con el concepto anterior está el de inautenticidad. Una manera de ser humana o una conducta es inauténtica cuando la acción no corresponde al principio reconocido y validado por el sujeto. Hay en la inautenticidad la conciencia de que ciertos valores o realidades están mistificados o de que lo real o lo valioso no se ha cumplido y, al mismo tiempo, la aceptación de aquello cuya vaciedad o negatividad se reconoce. Una forma muy común de la inautenticidad es la imitación.

3. Puede definirse la palabra “relación”, aplicada a naciones o países, en términos de intercomunicación entre sus pobladores. Diremos que dos países se hallan en relación mutua, o que están relacionados, cuando hay comunicación regular, de algún tipo, entre sus nacionales; en caso contrario, se dirá que no poseen relaciones o que no están relacionados.

    Los dos siguientes términos poseen especial importancia para nuestro estudio en lo que toca a las relaciones entre naciones: “dependencia” y “dominación”.

    La relación de dependencia entre naciones puede definirse en términos de la necesidad que una tiene de la otra para subsistir o desenvolverse en algún respecto importante. Un país B es, según esto, dependiente de otro país A, si necesita de él para subsistir o desenvolverse, como queda indicado. Y dos países A y B están entre sí en relación de dependencia mutua cuando A depende de B, en un respecto, y B de A, en otro. Una nación será independiente, en mayor o menor grado, según que necesite más o menos de otras. En lo anterior está implícito el que puede haber grados o tipos diferentes de dependencia, en función de la mayor o menor necesidad que una nación tiene de otra y de los diversos respectos en que tal necesidad se da (v.g., económica, política, militar, etc.).

    Defino la relación de dominación entre naciones en términos del poder de decisión sobre la existencia y el desenvolvimiento nacionales. Dos países A y B se hallan en esta relación mutua cuando el uno posee poder de decisión respecto a los asuntos del otro. Si dicho poder está en B, se dirá que A es dominado por B y, correlativamente, que B es dominante o dominador. El término “libertad” (y sus afines como “libre”, “liberación”, etc.) se usarán con sentido contrario a “dominado”, “dominación”, etc. Si el poder de decisión de los asuntos de A no estuviera en otra nación, se dirá que A es libre. En el mismo sentido usaremos el término “soberano”.

    De acuerdo con lo anterior, el grado en que una nación posee poder de decisión respecto a los asuntos de otra da la medida de la dominación que ejerce sobre ella. En consecuencia hay también grados de dominación. Por otra parte, ya que puede hablarse de un poder de decisión en varios aspectos de la vida de una nación (v.g., económicos, políticos, militares, etc.), cabe hablar de diversos tipos de dominación. Pero si existe un factor o elemento fundamental de poder, entonces éste determinará sobre el resto de la vida.

4. Defino alienación, en cuanto categoría filosófíco-antropológica, como la condición de un individuo o grupo humano que ha perdido su ser propio o lo ha degradado por vivir según modos y formas de existencia inferiores o ajenas a su plena realización. Al estar alienado, el ser humano se convierte en otro y, en tanto que tal, en un ser defectivo, extraño a su esencia. No debe confundirse esta categoría con la médica, aunque ella es la fuente y la condición de posibilidad de la alteración patológica del psiquismo humano1.

Términos opuestos a los de ‘alienación’, ‘alienado’ o ‘enajenado’ son los de ‘cumplimiento’, ‘realización’ y ‘ser cumplido o realizado’. Como se colige fácilmente, su definición implica las notas contrarias a las comprendidas en los conceptos mencionados en primer lugar.

5. Defino desarrollo, aplicado a una nación, en términos de la capacidad: a) de usar de sus recursos en provecho propio, y b) de autoimpulsarse y alcanzar mediante efectivos procesos de cambio los más altos estatutos humanos, según los criterios sociales del momento. De acuerdo con esto, se dirá que una nación es desarrollada si posee a) y b) y en la medida en que posea ambas capacidades. Por oposición, llamaremos subdesarrollada a la nación que no posee o tiene grave defecto de a) y de b). Al lado de estos dos conceptos, conviene definir un tercero, el de nación no-desarrollada, aplicable a aquellos países que poseen a), pero no b), como es el caso de ciertos pueblos o naciones de diversas épocas de la historia, desconectadas del resto del mundo coetáneo.

    En fin, cabe hablar de grados del desarrollo de un país. Estos alcances se medirán de acuerdo a las mencionadas capacidades, teniendo en cuenta, además, el modo como afectan a los varios sectores de la vida colectiva.

Algunos rasgos característicos


1. Señalemos, en primer lugar, con respecto a la población que habita dentro de nuestras fronteras políticas, a la cual nos referiremos todo el tiempo cuando mencionemos al Perú o los peruanos, que difícilmente puede hablarse de la sociedad peruana y de la cultura peruana en singular. Existe más bien una multiplicidad de culturas separadas y dispares, con marcadas diferencias de nivel y de amplitud de difusión, que corresponden a los diversos grupos humanos que conviven en el territorio nacional. Piénsese a este propósito, por ejemplo, en las comunidades hispano-hablantes, en las comunidades quechua-hablantes y en las comunidades de otras lenguas, opuestas por la tradición del lenguaje y el modo de pensar y sentir; en la occidentalidad costeña, la indianidad serrana y el regionalismo selvático; en el indio, el blanco, el cholo, el negro, el asiático y el europeo, como grupos contrastados y en mucho recíprocamente excluyentes, en el hombre del campo, el hombre urbano y el primitivo de la selva; en el rústico de las más apartadas zonas del país y el refinado intelectual de Lima, a los cuales se vienen a agregar, como otros tantos sectores diferenciados, el artesano, el proletariado, el pequeño burgués, el profesional, el rentista de clase media, el campesino, el latifundista provinciano y el industrial moderno para no hablar de las diferencias religiosas y políticas que, entrecruzándose con las anteriores, contribuyen a la polarización de la colectividad nacional. Este pluralismo cultural, que en un esfuerzo de simplificación algunos buscan reducir a una dualidad, es, pues, un rasgo característico de nuestra vida actual.

2. Los grupos diversos, sin articular sus esfuerzos y sus creaciones en un proyecto común de existencia, actúan, no obstante, unos sobre otros. De resultas de esta interacción, la cultura de unos es afectada por la de otros, pero siempre parcial y episódicamente o de modo inorgánico, es decir, sin un marco de referencia común y sin que, por tanto, se constituya una unidad cultural nacional bien integrada. No es sólo pintoresco sino muy significativo el que las mujeres elegantes de Lima y otras ciudades usen hoy poncho y bailen huayno, mientras las de los villorrios perdidos, instruidas por los radios transitorizados, adopten las últimas modas cosmopolitas y bailen twist, pues tanto unas como otras no se reconocen en un ideal colectivo común. El camionero, poseedor de una cultura híbrida y dislocada, aporta a los pueblos retazos de ideas, valores y formas dé acción cuya significación cardinal desconoce, así como en el cuartel, el conscripto, al mismo tiempo que al reconocer la bandera, aprende precariamente a leer y escribir un español que luego, en pocos meses, pierde, mientras, a su turno, el oficial pasa por la provincia remota sin entender a sus gentes, despreciándolas o guardando sus distancias aunque él y su familia asimilen algunos usos locales, giros de lenguaje o técnicas terapéuticas y culinarias. En conjunto, la sociedad y la cultura carecen de una norma fundamental, de un principio integrador, gracias al cual los particularismos se revuelvan potenciándose hacia la unidad. Hibridismo y desintegración son, así, dos otros rasgos de nuestra personalidad cultural.

3. Quiero llamar la atención ahora sobre un grupo de caracteres a mi juicio notorios y muy importantes. Si asumimos la pluralidad y la desintegración de nuestra cultura no es difícil reconocerlos, aunque nos resulte penoso aceptarlos. Pienso en la mistificación de los valores, la inautenticidad y el sentido imitativo de las actitudes, la superficialidad de las ideas y la improvisación de los propósitos. Como vimos, hay mistificación cuando se aceptan y oficializan como verdaderas o valiosas instancias que no corresponden en la realidad a los modelos postulados o que han perdido su eficacia o su sentido. Un caso ejemplar de mistificación en el Perú es el de las creencias católicas, especialmente en las comunidades campesinas de la sierra. Es bien sabido que los llamados indígenas piensan y actúan de modo muy distinto a lo prescripto por el credo oficial y que, incluso como practicantes religiosos, tienen motivaciones y metas diferentes a los católicos que podemos llamar regulares. Entre los pobladores de otras regiones, y aun de ciudades evolucionadas como Lima, no son tampoco raros los fenómenos aberrantes, como ocurre con ocasión de las festividades en honor de determinadas imágenes o santos patrones.

   De allí que pueda decirse, sin exagerar, que en la inmensa mayoría de los peruanos los valores católicos están alterados o han perdido su substancia original. Otro caso digno de mención es el del capitalismo: en cuanto sistema impuesto funciona en el Perú en forma anómala, produciendo efectos contrarios a los que se observan en aquellos países en los cuales se originó y que hoy día son potencias industriales; sin embargo, aquí es oficialmente sancionado como el régimen natural, único posible e indiscutiblemente beneficioso para nuestro país. Los valores y las realidades del capitalismo en el Perú son, por consiguiente, valores y realidades mistificadas. Lo mismo ocurre con principios como los de la democracia, la ciencia e inclusive la naturaleza como cualquier observador de la política, la Universidad y la geografía peruanas puede fácilmente verificar.

Orientadas por conceptos y valores mistificados, las actitudes sucumben en la inautenticidad. Reconocer un imperativo de acción y propiciar o ejecutar otra conducta, buscar un objeto y pretender realizar otro, son formas típicas de la acción inauténtica, generalizadas en nuestras instituciones públicas y privadas, en los hábitos y usos regionales y locales, así como en el comportamiento de las clases medías, altas y proletarias. Dentro de este esquema caen otras formas de acción que es difícil encontrar a nuestro alrededor:

Por ejemplo, se encomian los productos fabricados en el país pero se prefieren los extranjeros en el momento de decidir una compra; se defienden las escuelas y planteles oficiales, pero se opta por los privados; se declara la majestad de la ley, pero se dan leyes sólo para satisfacer intereses personales y de grupos o se las viola sin escrúpulo. No puede dejarse de mencionar aquí la frecuencia, la casi normalidad de la mentira y de la promesa en falso, que ilustra perfectamente la vigencia de la apariencia típica de la conducta que describimos. Estos son algunos de tantos casos de inautenticidad en nuestra vida nacional.

Con ella se ligan también los múltiples fenómenos imitativos que marcan con el sello del artificio la existencia pública y privada de todas las capas sociales. Entre éstas, por su amplitud, su complejidad y su directa vinculación con modos de actuar que todos reconocen como peruanos, la huachafería es quizá el más representativo de la inautenticidad y del carácter imitativo de nuestra conducta. En efecto, puede hacerse un estudio de la penetración de lo que cabe llamar el espíritu huachafo en las instituciones del Estado, en los partidos políticos, en el periodismo, en el deporte, en la literatura y el arte, en las ciudades avanzadas y en las comunidades incipientes, en la legislación y en la moral, en el lenguaje y en la imaginación colectiva, en el modo de vivir y en el modo de tratar a los muertos y a la muerte, estudio que daría una cifra muy significativa de nuestra personalidad cultural.

La superficialidad de las ideas y la improvisación de los propósitos completan la figura que estamos dibujando. Ellas son norma en el Perú donde el alfabeto lo es apenas, el científico, el militar o el abogado no resisten a la crítica, el artesano ignora su oficio tanto como el escritor el suyo, mientras que el político improvisa soluciones por defecto y no por método o por necesidad de la realidad con que trabaja, y del mismo modo defectuoso e incipiente actúan el profesor y el sacerdote.

    De todo lo anterior resulta que el grado de confiabilidad es mínimo en las relaciones humanas y la duda y el recelo se imponen entre nosotros como actitud generalizada, lo cual es otro poderoso factor de dislocamiento social y cultural que debe ser tenido en cuenta al juzgar a los peruanos.

4. Los factores enunciados explican la aceptación tan extendida de representaciones ilusorias de nuestro propio ser, de mitos enmascaradores, para emplear la expresión de Jorge Bravo Bresani, que ocultan la realidad al tiempo que tranquilizan la conciencia de sí mismo. Hay, por ejemplo, un mito de la naturaleza peruana según el cual ésta es inmensamente rica y abundante, cuando en verdad nuestra geografía es una de las más ásperas y difíciles del globo. Hay un mito de la grandeza pasada, que mistifica la idea del Perú y aparta al poblador de las empresas inmediatas, modestas y prosaicas, pero indispensables para el progreso y la liberación del país. Hay un mito de la república, del orden democrático y constitucional, que adormece las rebeldías y quiere ignorar la existencia efectiva de varios regímenes legales, de varios órdenes de derechos y obligaciones, fundados en intereses dispares de individuos y grupos particulares. Y hay un mito de la hispanidad, otro de la indianidad, otro de la occidentalidad o latinidad del Perú, así como hay un mito de nuestra catolicidad (opuesta a temidas desviaciones o a la incredulidad perniciosa de otras naciones) y de nuestra “espiritualidad” (contraria al supuesto “materialismo” de pueblos cuya cultura casi siempre ignoramos y cuya fortaleza envidiamos y recelamos). Por la vigencia de tales mitos mistificadores de la realidad del país, los peruanos, en cuanto tienen una conciencia positiva de sí, viven de espaldas a su mundo efectivo, adormecidos por la ilusión de un ser normal o valioso y por la satisfacción de apetitos efímeros y excluyentes.

5. A quien juzgue extremas mis afirmaciones le recomiendo meditar sobre la coincidencia en la intención y en el sentido de frases con que escritores muy diversos han descrito la situación peruana. Llamo también la atención sobre nuestra afición por ciertos slogans encubridores y sobre un hecho especialmente significativo, la frustración del especialista, al que me referiré luego. Por ejemplo, para Manuel Lorenzo Vidaurre, en el Perú no se puede usar la palabra “imposible”; Mariano H. Cornejo decía que entre nosotros lo único permanente es lo provisional; Julio Chiriboga daba este consejo irónico: “Si tiene un enemigo, aplíquele la ley”, y Víctor Li Carrillo observaba alguna vez que lo único vigente en el Perú es lo clandestino. De otro lado está la aceptación común y la difusión oficial de alegorías como la del mendigo sentado en un banco de oro y de exclamaciones como “Vale un Perú”, que divorcian de la realidad al habitante peruano al darle una imagen ilusoria del país. Y la frustración a que aludí es ésta: difícilmente puede nadie dedicarse plenamente en el Perú a un quehacer o a una actividad de alto nivel como la de artista, médico, obrero especializado o científico no sólo porque el sistema de la vida en torno lo obliga a desempeñar varias funciones en perjuicio de la autenticidad de cada una, sino, además, porque corre el riesgo de enajenarse del resto de la comunidad. Un artista, un científico, un técnico o un obrero de primera clase termina resultando extraño, excesivo, como sobrante en el país y tiene que emigrar tarde o temprano si no renuncia a su vocación. Divorciarse de los miembros del grupo, extrañarse de la sociedad, parece ser la condición indispensable de la elevación del nivel de la actividad intelectual y del logro de la autenticidad en el pensamiento y la acción, lo cual quiere decir que, dentro de nuestra sociedad y según los patrones de nuestra cultura, no pueden alcanzarse tales realizaciones.


La alienación peruana


1. Vemos que existe un grupo de peruanos que no pueden o sienten que no pueden vivir plenamente sino fuera de su nación. Es el fenómeno bien conocido de la distancia que separa física y espiritualmente del país a los intelectuales, a los profesionales distinguidos, a los hombres que disponen de considerables recursos económicos, fenómeno que tiene un hondo significado antropológico: la alienación de un sector de la comunidad nacional. Pero este sector no es, desgraciadamente, el único alienado. En formas diversas, las clases medias, los grupos que forman la mayoría de la población urbana, los pequeño-burgueses y los obreros calificados sufren de alienación por la mistificación y la inautenticidad. Ellos son, en efecto, los grandes consumidores de mitos y los grandes engañados con las ilusiones sobre el país y sobre su propia existencia; los denodados defensores de lo “genuinamente peruano”, de la “tradición”, del “criollismo”, es decir, de todas las formas de una vida vacía de substancia. Ignoran lo que son y no tienen conciencia de lo que pueden ser; sufren la alienación de su verdadera posibilidad de ser como un pueblo creador, vigoroso, libre. En tercer lugar está la masa del bajo proletariado urbano, del campesinado siervo, de todos los grupos discriminados y deprimidos que sufren la alienación más radical y penosa, la exclusión de los niveles básicos de la humanidad y la privación de la libre determinación de sus propias individualidades o de la conciencia de su valor como personas.
2. Unos porque lo rechazan, otros porque lo ignoran y la gran mayoría porque no tienen la más mínima posibilidad de alcanzarlo, todos estos sectores y grupos se hallan alienados con respecto al ser nacional, que es su propia entidad. Semejante suma de alienaciones no puede dar sino un ser enajenado total: he allí la fuente de la alienación peruana. Así, sin postular ninguna entidad abstracta, supra-empírica, podemos hablar de la alienación peruana para significar esta condición propia de la comunidad humana que vive dentro de nuestras fronteras. Es una comunidad separada de su realidad y de sus propias posibilidades de cumplimiento y plenitud. No vive afirmando, inventando y perfeccionando una cultura propia, en la cual se enraícen formas cada vez más altas de humanidad, sino ignorando y enmascarando su verdad, menospreciando inevitablemente esas realizaciones precarias de sí misma que se descubren como tales o, en fin, soportando el despojo y la exclusión de los bienes más elementales de la vida.
   En consecuencia, decir que el peruano es un ser alienado equivale a decir que piensa, siente, actúa de acuerdo a normas, patrones y valores que le son ajenos o que carece de la substancia histórica de la cual depende su plenitud y su prosperidad como pueblo, cuando no se halla casi en el nivel de un pensar, un sentir y un actuar completamente controlado por otros, es decir, cuando no está prácticamente cosificado, convertido en algo que se utiliza y se maneja sin tener en cuenta sus fines intrínsecos como ocurre con el hombre esclavizado.


El diagnóstico de nuestro mal


1. ¿Cuál es, pues, la verdadera causa de nuestro mal? ¿Cómo se ha producido esta situación nacional? ¿Qué es lo que tiene hasta hoy despotenciada y dividida a nuestra cultura? Sin olvidar el problema implícito en el hablar de nosotros o nuestra cultura (que, obviamente, no debe entenderse en el sentido de una unidad espiritual o de una comunidad integrada), teniéndolo presente todo el tiempo, cabe señalar el subdesarrollo como causa fundamental, descartando la acción determinante de la raza, la tradición, la lengua o la religión. Hemos visto ya que subdesarrollo puede entenderse como el estado de un país que no logra autoimpulsarse y alcanzar los más altos niveles de vida, y que es incapaz de usar en su provecho los recursos existentes en su territorio. Socio-económicamente esto significa: bajos niveles de salubridad, de habitación, de vestido y de educación; grandes masas pauperizadas con alto índice de natalidad y de mortalidad; insuficiente producto nacional y baja tasa de crecimiento económico; predominio de las actividades extractivas y parasitarias sobre las industriales; vasta desocupación disfrazada y bajos niveles técnicos y administrativos.

   El subdesarrollo peruano es un hecho evidente. No puede ser ocultado ni paliado, con meras frases, como se pretende hacer cuando se usan expresiones como “país en vías de desarrollo” que se ha propuesto últimamente para calificar a naciones como la nuestra. Ahora bien, la situación que hemos descrito suele presentarse en conjunción con el tipo de cultura semejante al de la peruana. De hecho, hay una cierta cultura del subdesarrollo, que se da la mano con la alienación del ser nacional, cultura que, como tipo, es común a los países del Tercer Mundo. La personalidad histórica del Perú coincide, así, con la de estas naciones, con los países llamados de segunda zona o países proletarios, que viven una existencia marginal al lado de las grandes potencias industriales.

    Acabo de aludir a una circunstancia que no debe ser pasada por alto. Hay una relación entre países incluida en el concepto de subdesarrollo; si se analiza esta relación se hace patente que no es la falta de desarrollo como tal la última causa del fenómeno. El subdesarrollo es efecto de una situación más honda y decisiva, a saber, la dependencia entre naciones y las relaciones de dominación.
    Pues bien, el caso de países como el nuestro no es el de los países que pueden ser llamados no desarrollados, que son aquéllos que no poseen un nivel de vida comparable al de las naciones más avanzadas, si bien, por estar separados de todo el resto, tienen en sus manos la disposición de los recursos de su territorio. Nuestro caso es el de un país que depende de otros y que necesita de ellos para vivir y desenvolverse en considerable medida. Pero no sólo eso. Su dependencia no es simple, sino que está acompañada de dominación. He aquí lo típico del subdesarrollo: la dominación del país por otra nación lo cual significa, de acuerdo a las definiciones que hemos propuesto al comenzar, que en última instancia el poder de decisión sobre los asuntos concernientes al país (por ejemplo al uso de sus recursos estratégicos) no se encuentra en él sino en otro país, en el dominante. La estrechez de la actividad espiritual, los bajos niveles de vida y los magros resultados del proceso económico no son indiferentes a este control extraño que se ejerce sobre el conjunto del país.

   Tengo la firme convicción de que nuestra crisis resulta de la implantación de sistemas de poder y de relaciones internacionales de dependencia que conllevan la sujeción de la vida nacional a otros países o grupos nacionales. La comunidad, los grupos de pobladores que habitan dentro de nuestras fronteras, ellos mismos enfrentados y subordinados unos a otros, están en conjunto controlados por fuerzas extrañas. Esto les ocurre a otras naciones y, en buena cuenta, a todas las del Tercer Mundo, las cuales, por efecto de esta sujeción, han sido desterradas de la unidad y la fecundidad de la cultura. No se trata, sin embargo, de una sujeción primariamente cultural; ni tampoco originalmente militar, política o social. La dominación en estos sectores resulta, a mi juicio, derivada; la primaria y fundamental es la económica, o sea, la dominación de los recursos y los medios de producción.

   El reverso económico y social de esta condición de dominado en que se encuentra el Perú es, pues, el subdesarrollo, la falta de desenvolvimiento y aprovechamiento de nuestros recursos capaces de fundar el estatuto humano de toda la población. Es efecto y no causa. Los lazos de dependencia y de dominación desempeñan el papel fundamental porque condicionan la imposibilidad de disponer de nuestra naturaleza para superar las limitaciones de la educación, la sanidad, la libertad social en el país, de donde se deriva la imposibilidad de alcanzar los planos más altos de la actividad creadora, científica, artística, industrial, etc. Y esto es cierto no sólo para un sector reducido y, por ende, alienado, sino, como hemos visto, para la población en conjunto, con cada uno de sus diversos sectores. Lo que aquí existe en lugar de una sociedad integrada es un sistema de obstáculos y factores inerciales, que conspiran contra el desenvolvimiento del país aunque facilitan la labor de penetración y sujeción de los poderes extranjeros.

   Cuando decíamos que los ideales de acción nacional del tipo del indigenismo, el hispanismo, el cholismo o el occidentalismo, eran incapaces de producir su efecto, partíamos de la convicción de que no por definirnos como indios, españoles, cholos u occidentales y por obrar según patrones indígenas, españoles, cholos u occidentales, alcanzaremos la realización de nuestro ser y la libertad de nuestro actuar. El origen y el fundamento de nuestra condición negativa, la dependencia con dominación, quedarían en ese caso intocados y se agravarían más bien los factores de división y estancamiento. Hemos sido grupo humano o una conjunción de grupos dominados económicamente, primero por el poder español, luego por Inglaterra, ahora por los Estados Unidos. Esto tiene efectos decisivos en nuestra condición. Por eso el único diagnóstico certero de tal condición es el que resalta los lazos de dominación y remite a ellos el subdesarrollo y la alienación.

3. Nuestra personalidad como país, nuestra sociedad y nuestra historia están marcados por la dominación y pueden definirse por ella. Así como se habla de una cultura de la pobreza o una cultura de la prosperidad, así es preciso tipificar el conjunto de valores, actitudes y estructuras de comportamiento de los países como el nuestro mediante el concepto de cultura de la dominación. Lo propio y característico del caso peruano no son determinadas realizaciones originales, que precisamente están neutralizadas hasta hoy por la condición que padecemos, sino el grado, alcance y peculiaridades de nuestra sujeción a los países que controlan el proceso mundial. Tenemos la personalidad que imprime el mal que padecemos, una personalidad hecha de imitaciones y carencias, y no tendremos otra, la nuestra propia, como manifestación de un ser cumplido y libre, hasta que no cancelemos nuestra situación. Nuestra cultura es, pues, una cultura de la dominación.

    Tal como lo usamos aquí, el concepto de cultura debe ser puesto en estrecha relación con el orden institucional y el de sistema de organización y empleo del poder, lo que es, en esencia, el Estado. No puede haber una cultura tipificada por la dominación sin que toda la estructura de la sociedad resulte comprometida. El Estado y los sistemas económicos y sociales de poder están en este caso conformados de tal modo que coadyuvan a la dominación y la aseguran. En verdad son a la vez efecto y causa de ella. Rastreando sus orígenes y sus medios de defensa, no es difícil encontrar como motivación e idea directriz de su constitución y su mantenimiento intereses ligados directa e indirectamente con aquellas instancias favorecidas por el status de la dominación. Así como hay una enajenación por las ideas y por los valores vigentes en los países dominados, así también la alienación pasa por el Estado. El hombre del país está alienado del Estado porque el Estado se ha hecho extraño a él y se ha convertido en instrumento de su sujeción. Por tanto, hablar de la cultura de la dominación es hablar no sólo de las ideas, las actitudes y los valores que orientan la vida de los pueblos, sino también de los sistemas que encuadran su vida y no la dejan expandirse y dar frutos cabales.

   Este punto de vista se precisa y se afirma cuando se descubre la existencia de aspectos y factores claves de la dominación, de los cuales se siguen efectos de control que cubren de modo más o menos acelerado y uniforme el conjunto de la vida nacional. Ahora bien, la dependencia de los sectores económicos básicos es fundamental; una vez producida, asegura el control de toda la sociedad y termina afectando por entero los modos y manifestaciones de la cultura y la vida. Y nadie ignora que esta dependencia económica básica existe en nuestro caso, por donde se explica la situación general de nuestra comunidad.


El reto de la historia contemporánea


1. Si queremos ser veraces con nosotros mismos nos es preciso reconocernos como dependientes y dominados, poner al descubierto el sistema de nuestra dependencia y nuestra dominación y proceder sobre la base de esta premisa real.

Ahora bien, hay quienes tienen conciencia de todo esto y creen, sin embargo, en la posibilidad de una prosperidad nacional dentro del cuadro actual. Son apóstoles del progreso en términos del capitalismo y del régimen republicano tradicional, en lo interno, y del panamericanismo y los pactos continentales indiscriminados en lo internacional. Aducen cada cifra favorable del crecimiento, cada estadística parcial de producción, cada nuevo elemento de civilización y de técnica introducido en nuestro país, como prueba de que la nación va hacia adelante. No se detienen, por cierto, a determinar el peso relativo de las grandes masas pauperizadas, a contemplar el país en total, en contraste con las demás naciones del globo. Si lo hicieran, cambiaría completamente el sentido de los números en que apoyan su optimismo, porque la situación, no sólo aquí y ahora, sino en todas partes y desde hace tiempo, es grave y se agrava cada vez más para los países del Tercer Mundo.

   El subdesarrollo, como dijimos, es un concepto correlativo del de dominación, de tal manera que puede decirse que los países dominadores segregan subdesarrollo ya que ponen inevitablemente en esta condición a las naciones que tienen dominadas. Pero no es esto un concepto estático, sino dinámico; implica aumentos y disminuciones. En realidad, dentro de un sistema constante, ocurre de hecho un empeoramiento gradual y permanente de la situación de los países dominados con respecto a los dominantes y un aumento acelerado de la condición de dominación. No sólo sociólogos, economistas y teóricos de la política, sino también psicólogos y biólogos, han apuntado con alarma el hecho de que el agrandamiento constante de la distancia entre los países desarrollados y los sub-desarrollados está produciendo una separación marcada entre dos grupos humanos, la cual implica a corto plazo una verdadera diferenciación antropológica. Esta brecha que se abre entre los pueblos y las culturas de ambos grupos de países causa un grave perjuicio a las naciones del Tercer Mundo. En efecto, a cada nivel de progreso y en cada estación de desarrollo los países industriales hacen avances y acumulan energías que les permiten alcanzar nuevas metas colectivas en una cantidad y en un grado muy superiores a los que pueden lograr los países subdesarrollados. Unos crecen en una proporción que podemos comparar a la geométrica, mientras los otros o no avanzan o lo hacen sólo en proporción aritmética. Lo cual quiere decir que las riquezas, los conocimientos, los vehículos de cambio y los vehículos de poder, acumulados son enormemente superiores en los primeros y que, además, determinan un aumento cada vez mayor de bienes y realizaciones en beneficio de sus pueblos. Con sólo pensar en la ciencia y la técnica, se hará claro que en las grandes potencias actuales se concentra cada vez más la novedad del conocimiento humano. De esto son casos notorios, pero no únicos, los secretos atómicos y astronáuticos poseídos por las grandes potencias, con exclusión de los demás países. Tales medios de conocimiento se reproducen aceleradamente y se convierten en factores de ampliación de riqueza y poder. En este banquete de la prosperidad y del poderío están ausentes los países del Tercer Mundo, y se les mantendrá siempre ausentes, pese a las declaraciones líricas en contrario. Sólo quien no entienda así estas declaraciones pensará que el progreso se expande oportuna y adecuadamente y que la riqueza tiende a repartirse. Aludirá a las campañas de difusión de la ciencia y a los programas de crédito auspiciados por las grandes naciones. Mas como, al mismo tiempo, dichos países, a través de sus medios de control internacional, sustraen de las naciones pobres un producto igual o mayor al que les transfieren por los programas aludidos, y como las ciencias y las técnicas más altas no pueden ser utilizadas sin una superestructura muy desarrollada de orden administrativo y tecnológico, de la cual están desprovistas y son incapaces de construir al ritmo requerido las naciones del Tercer Mundo en su estado actual, permanece el efecto depresivo, pese a toda la buena voluntad contraria que pudiera llegar a concederse.

Las naciones pobres, las naciones proletarias, están entonces cada vez más lejos, en términos relativos, de los niveles de cultura de los países industriales; son cada vez más pobres y débiles en relación con ellos y, por ende, se hallan cada vez más sujetas a su dominación. Si en este punto las cosas no cambian drásticamente a un plazo no muy largo, como se ha dicho, habrá dos géneros de humanidad, una desenvuelta, en proceso de expansión constante, y otra aherrojada y frustrada por la dependencia.

Se advierte que aquí encontramos un terreno propicio para aplicar los términos de ‘realización’ y ‘alienación’, que hemos usado antes, lo cual no debe extrañamos porque de realización y alienación se trata en el fondo. La polémica de las naciones de hoy, como siempre en la historia, se conecta en su base con la definición del hombre y con el logro o la frustración de su ser. La historia de nuestros días revela la vigencia de una suerte de ley histórica de acumulación de potencia y de expansión de la humanidad en los países desarrollados, frente a la constante depresión del ser de los países pobres.

    Esta ley, como todas las históricas, tiene vigencia mientras las fuerzas naturales y sociales no son reorientadas por decisiones radicales de la humanidad, por decisiones revolucionarias. En la segunda mitad del siglo xx, el reto histórico dirigido a los países dominados es la revolución internacional, la subversión del orden vigente de la dependencia y la dominación.

2. Como hemos dicho, a este cuadro real corresponde la situación del Perú. No otro es también el desafío que la historia contemporánea lanza a nuestro pueblo. Esto quiere decir que nos es indispensable reconocernos dependientes, poner al descubierto el sistema de la dominación que tiene sujeta a nuestra nación, pero, además, que debemos denunciar y combatir este sistema de la dominación. A la existencia dominada y a la cultura de la dependencia se las puede cancelar sólo por un movimiento de independencia, generador de una cultura integrada, unitaria, original, libre. Ahora bien, si las condiciones de nuestra dependencia son las del régimen social y económico capitalista nacional y su vinculación con los sistemas internacionales de poder no puede haber una renovación de la vida y de la cultura sin cancelación de tal régimen, es decir, sin un proceso revolucionario que supere el capitalismo en el Perú en cuanto vehículo de nuestra dependencia. Pero siendo la nuestra una dependencia inserta en la red mundial del poder económico y político, el objetivo mayor que perseguimos no podrá cumplirse sin una acción combinada a escala supernacional. De allí la importancia de la toma de conciencia de las naciones subdesarrolladas o del Tercer Mundo, que comparten con el Perú la situación de dominados y que, como él, demandan soluciones radicales. De allí, además, la importancia de una toma de conciencia en el Perú de la comunidad de problemas y soluciones que nos une a los países subdesarrollados y, en especial, a los latinoamericanos. Así como los grupos oprimidos de una nación han logrado emanciparse uniendo sus esfuerzos en una acción revolucionaria concertada, así en nuestro tiempo es necesaria una acción del mismo tipo, a escala de las naciones proletarias, que son las del Tercer Mundo.

(*) Augusto Salazar Bondy, Entre Escila y Caribdis.  INC. Lima. 1973. pp. 31-61



2 de febrero de 2019

A la memoria de Enrique Paz Castillo


 A la memoria de Enrique Paz Castillo

Hay personas que la vida pone en nuestras vidas y con quienes compartimos un breve trayecto juntos para luego separarnos, y seguir nuestros propios caminos, pero su influencia y los momentos compartidos quedan en nosotros para siempre. A Enrique Vladimir Paz Castillo lo conocí en la Universidad Nacional de Trujillo, en el segundo año de la carrera de Educación Secundaria, en la especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales. Estudiante atípico, enamorado de la India, gran lector y amante de los libros, persona muy culta, asiduo de las charlas en los cafés en la calle Pizarro, impulsivo a la hora de defender lo que consideraba la Verdad, estudioso de las diversas religiones y tradiciones espirituales del mundo, metafísico, güenoniano y en ese sentido estudioso de la Tradición, filósofo (aunque ese adjetivo, solo lo hubiese aceptado con recelo, y en tanto, representante de la filosofía perennis), como todo intelectual, despistado en las cosas cotidianas, un gran amigo y una persona con una gran integridad moral. Enrique consideraba que lo propio del hombre era su carácter espiritual, y esta vida consistía en un camino y una oportunidad para buscar a Dios. Consideraba que existía una unidad trascendente en las religiones, por lo que Dios es uno y se manifiesta de diversos modos, en las diversas religiones y tradiciones espirituales. Compartimos los diversos gratos e ingratos momentos de la vida universitaria trujillana, la búsqueda de la Verdad en la tradición musulmana, de la cual nos distanciamos posteriormente. A fines del año 2015, me visitó en Lima, había cumplido su sueño de viajar a la India, ya un par de veces, y seguir con aquella búsqueda que fue su vocación, la búsqueda de la Verdad. En esta edad oscura (Kali Yuga), como le gustaba decir, Enrique fue un hombre, que buscó la grandeza de lo humano, en su carácter divino, fue un buscador de Dios… Lamentablemente, no pude enterarme de su enfermedad a tiempo, ni pude acompañarlo en sus últimos días. Adiós mi estimado amigo, quiero creer que al fin has encontrado aquello que buscabas con tanta pasión, y que se ha develado para ti el velo de Maya.