2 de febrero de 2019

A la memoria de Enrique Paz Castillo


 A la memoria de Enrique Paz Castillo

Hay personas que la vida pone en nuestras vidas y con quienes compartimos un breve trayecto juntos para luego separarnos, y seguir nuestros propios caminos, pero su influencia y los momentos compartidos quedan en nosotros para siempre. A Enrique Vladimir Paz Castillo lo conocí en la Universidad Nacional de Trujillo, en el segundo año de la carrera de Educación Secundaria, en la especialidad de Filosofía y Ciencias Sociales. Estudiante atípico, enamorado de la India, gran lector y amante de los libros, persona muy culta, asiduo de las charlas en los cafés en la calle Pizarro, impulsivo a la hora de defender lo que consideraba la Verdad, estudioso de las diversas religiones y tradiciones espirituales del mundo, metafísico, güenoniano y en ese sentido estudioso de la Tradición, filósofo (aunque ese adjetivo, solo lo hubiese aceptado con recelo, y en tanto, representante de la filosofía perennis), como todo intelectual, despistado en las cosas cotidianas, un gran amigo y una persona con una gran integridad moral. Enrique consideraba que lo propio del hombre era su carácter espiritual, y esta vida consistía en un camino y una oportunidad para buscar a Dios. Consideraba que existía una unidad trascendente en las religiones, por lo que Dios es uno y se manifiesta de diversos modos, en las diversas religiones y tradiciones espirituales. Compartimos los diversos gratos e ingratos momentos de la vida universitaria trujillana, la búsqueda de la Verdad en la tradición musulmana, de la cual nos distanciamos posteriormente. A fines del año 2015, me visitó en Lima, había cumplido su sueño de viajar a la India, ya un par de veces, y seguir con aquella búsqueda que fue su vocación, la búsqueda de la Verdad. En esta edad oscura (Kali Yuga), como le gustaba decir, Enrique fue un hombre, que buscó la grandeza de lo humano, en su carácter divino, fue un buscador de Dios… Lamentablemente, no pude enterarme de su enfermedad a tiempo, ni pude acompañarlo en sus últimos días. Adiós mi estimado amigo, quiero creer que al fin has encontrado aquello que buscabas con tanta pasión, y que se ha develado para ti el velo de Maya.