TEXTOS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFÍA PERUANA
Augusto Salazar Bondy es uno de los principales representantes de la filosofía peruana en el siglo XX. Iniciamos esta compilación de textos sobre la filosofía peruana, presentado uno de los más importantes ensayos de la filosofía en el Perú, "la cultura de la dominación" texto fundamental para comprender la problemática nacional. Considero que el libro "Entre escila y caribdis" es uno de los principales libros de la filosofía en el Perú, equiparable, a los "Siete ensayos" de Mariátegui.
LA CULTURA DE LA DOMINACIÓN (*)
Exordio terminológico
Conviene
definir de antemano algunos términos principales empleados en nuestro trabajo,
los cuales no siempre tienen un uso uniforme en el lenguaje filosófico,
científico o cotidiano.
1. Entiendo la
palabra “cultura” en el sentido neutral de la antropología como el
nombre de un sistema de valores, símbolos
y actitudes con que un grupo humano responde a las solicitudes y conflictos que
provienen del mundo y la existencia. Correlativamente aplico el término
“culto” al individuo que ha asimilado, en mayor o menor medida, dicho sistema y
actúa conforme a él. Puesta así en relación con el sujeto individual, la cultura señala a la vez el grado de
adaptación de éste a la comunidad y el grado de aceptación y estimación de él
por la comunidad.
El hecho de que la palabra “culto” y
frecuentemente también la palabra “cultura” comuniquen una valoración, pone
límite a la neutralidad del uso antropológico de ambos términos. Otra
limitación es la siguiente: el que se pueda hablar de cultura con respecto a
cualquier grupo humano y, por ende, de sujetos cultos de todo tipo, no impide
diferenciar las condiciones que ofrece la cultura en cada caso y juzgar el modo
y la eficiencia de su función práctica. El elemento de crítica y evaluación que
se introduce así es cosa no siempre compatible con la neutralidad pura, aunque
no afecte la validez científica de los asertos que se formulen. Que sea
aceptable este elemento estimativo, sin mengua del vasto uso de los términos
permitidos por la antropología, es cosa que nos interesa particularmente
porque, como dijimos, nuestro propósito es criticar e interpretar, no meramente
describir, la cultura de hoy.
2. Entiendo por
mistificación esa peculiar situación que se da cuando se aceptan y oficializan como
valiosos o reales, hechos, personas e instituciones, por razones extrañas a su
entidad. En este caso lo valioso o lo verdadero pierde su substancia y es
estimado como algo distinto de lo que es. Intimamente ligado con el concepto
anterior está el de inautenticidad. Una manera de ser humana o una conducta es
inauténtica cuando la acción no corresponde al principio reconocido y validado
por el sujeto. Hay en la inautenticidad la conciencia de que ciertos
valores o realidades están mistificados o de que lo real o lo valioso no se ha
cumplido y, al mismo tiempo, la aceptación de aquello cuya vaciedad o
negatividad se reconoce. Una forma muy común de la inautenticidad es la imitación.
3. Puede
definirse la palabra “relación”, aplicada a naciones o países, en términos de
intercomunicación entre sus pobladores. Diremos que dos países se hallan en
relación mutua, o que están relacionados, cuando hay comunicación regular, de
algún tipo, entre sus nacionales; en caso contrario, se dirá que no poseen relaciones
o que no están relacionados.
Los dos siguientes términos poseen especial
importancia para nuestro estudio en lo que toca a las relaciones entre
naciones: “dependencia” y “dominación”.
La
relación de dependencia entre naciones puede definirse en términos de la necesidad que una tiene de la otra para
subsistir o desenvolverse en algún respecto importante. Un país B es, según
esto, dependiente de otro país A, si necesita de él para subsistir o
desenvolverse, como queda indicado. Y dos países A y B están entre sí en
relación de dependencia mutua cuando A depende de B, en un respecto, y B de A,
en otro. Una nación será independiente, en mayor o menor grado, según que
necesite más o menos de otras. En lo anterior está implícito el que puede haber
grados o tipos diferentes de dependencia, en función de la mayor o menor
necesidad que una nación tiene de otra y de los diversos respectos en que tal
necesidad se da (v.g., económica, política, militar, etc.).
Defino la
relación de dominación entre naciones en términos del poder de decisión sobre la existencia y el desenvolvimiento
nacionales. Dos países A y B se hallan en esta relación mutua cuando el uno
posee poder de decisión respecto a los asuntos del otro. Si dicho poder está en
B, se dirá que A es dominado por B y, correlativamente, que B es dominante o
dominador. El término “libertad” (y sus afines como “libre”, “liberación”,
etc.) se usarán con sentido contrario a “dominado”, “dominación”, etc. Si el
poder de decisión de los asuntos de A no estuviera en otra nación, se dirá que
A es libre. En el mismo sentido usaremos el término “soberano”.
De acuerdo con lo anterior, el grado en que
una nación posee poder de decisión respecto a los asuntos de otra da la medida
de la dominación que ejerce sobre ella. En consecuencia hay también grados de
dominación. Por otra parte, ya que puede hablarse de un poder de decisión en
varios aspectos de la vida de una nación (v.g., económicos, políticos,
militares, etc.), cabe hablar de diversos tipos de dominación. Pero si existe
un factor o elemento fundamental de poder, entonces éste determinará sobre el
resto de la vida.
4. Defino alienación, en cuanto categoría filosófíco-antropológica, como la
condición de un individuo o grupo humano que ha perdido su ser propio o lo ha
degradado por vivir según modos y formas de existencia inferiores o ajenas a su
plena realización. Al estar alienado, el ser humano se convierte en otro y,
en tanto que tal, en un ser defectivo, extraño a su esencia. No debe confundirse
esta categoría con la médica, aunque ella es la fuente y la condición de
posibilidad de la alteración patológica del psiquismo humano1.
Términos
opuestos a los de ‘alienación’, ‘alienado’ o ‘enajenado’ son los de
‘cumplimiento’, ‘realización’ y ‘ser cumplido o realizado’. Como se colige
fácilmente, su definición implica las notas contrarias a las comprendidas en
los conceptos mencionados en primer lugar.
5. Defino desarrollo, aplicado a una nación, en
términos de la capacidad: a) de usar de
sus recursos en provecho propio, y b) de autoimpulsarse y alcanzar mediante
efectivos procesos de cambio los más altos estatutos humanos, según los
criterios sociales del momento. De acuerdo con esto, se dirá que una nación
es desarrollada si posee a) y b) y en
la medida en que posea ambas capacidades. Por oposición, llamaremos subdesarrollada a la nación que no
posee o tiene grave defecto de a) y de b). Al lado de estos dos conceptos,
conviene definir un tercero, el de
nación no-desarrollada, aplicable a aquellos países que poseen a), pero no
b), como es el caso de ciertos pueblos o naciones de diversas épocas de la
historia, desconectadas del resto del mundo coetáneo.
En fin, cabe hablar de grados del
desarrollo de un país. Estos alcances se medirán de acuerdo a las mencionadas
capacidades, teniendo en cuenta, además, el modo como afectan a los varios
sectores de la vida colectiva.
Algunos rasgos característicos
1. Señalemos,
en primer lugar, con respecto a la población que habita dentro de nuestras fronteras
políticas, a la cual nos referiremos todo el tiempo cuando mencionemos al Perú
o los peruanos, que difícilmente puede hablarse de la sociedad peruana y de la
cultura peruana en singular. Existe más bien una multiplicidad de culturas separadas y dispares, con marcadas
diferencias de nivel y de amplitud de difusión, que corresponden a los
diversos grupos humanos que conviven en el territorio nacional. Piénsese a este
propósito, por ejemplo, en las comunidades hispano-hablantes, en las
comunidades quechua-hablantes y en las comunidades de otras lenguas, opuestas
por la tradición del lenguaje y el modo de pensar y sentir; en la
occidentalidad costeña, la indianidad serrana y el regionalismo selvático; en
el indio, el blanco, el cholo, el negro, el asiático y el europeo, como grupos
contrastados y en mucho recíprocamente excluyentes, en el hombre del campo, el
hombre urbano y el primitivo de la selva; en el rústico de las más apartadas
zonas del país y el refinado intelectual de Lima, a los cuales se vienen a
agregar, como otros tantos sectores diferenciados, el artesano, el
proletariado, el pequeño burgués, el profesional, el rentista de clase media,
el campesino, el latifundista provinciano y el industrial moderno para no
hablar de las diferencias religiosas y políticas que, entrecruzándose con las
anteriores, contribuyen a la polarización de la colectividad nacional. Este pluralismo cultural, que en un esfuerzo
de simplificación algunos buscan reducir a una dualidad, es, pues, un rasgo
característico de nuestra vida actual.
2. Los grupos diversos, sin articular
sus esfuerzos y sus creaciones en un proyecto común de existencia, actúan, no
obstante, unos sobre otros. De resultas de esta interacción, la cultura de unos es afectada por la de otros, pero
siempre parcial y episódicamente o de modo inorgánico, es decir, sin un marco de
referencia común y sin que, por tanto, se constituya una unidad cultural
nacional bien integrada. No es sólo pintoresco sino muy significativo el que
las mujeres elegantes de Lima y otras ciudades usen hoy poncho y bailen huayno,
mientras las de los villorrios perdidos, instruidas por los radios
transitorizados, adopten las últimas modas cosmopolitas y bailen twist, pues
tanto unas como otras no se reconocen en un ideal colectivo común. El
camionero, poseedor de una cultura híbrida y dislocada, aporta a los pueblos
retazos de ideas, valores y formas dé acción cuya significación cardinal
desconoce, así como en el cuartel, el conscripto, al mismo tiempo que al
reconocer la bandera, aprende precariamente a leer y escribir un español que
luego, en pocos meses, pierde, mientras, a su turno, el oficial pasa por la
provincia remota sin entender a sus gentes, despreciándolas o guardando sus
distancias aunque él y su familia asimilen algunos usos locales, giros de
lenguaje o técnicas terapéuticas y culinarias. En conjunto, la sociedad y la cultura carecen de una norma fundamental,
de un principio integrador, gracias al cual los particularismos se revuelvan
potenciándose hacia la unidad. Hibridismo
y desintegración son, así, dos otros
rasgos de nuestra personalidad cultural.
3. Quiero
llamar la atención ahora sobre un grupo de caracteres a mi juicio notorios y
muy importantes. Si asumimos la pluralidad
y la desintegración de nuestra
cultura no es difícil reconocerlos, aunque nos resulte penoso aceptarlos.
Pienso en la mistificación de los
valores, la inautenticidad y el sentido imitativo de las actitudes, la
superficialidad de las ideas y la improvisación de los propósitos. Como
vimos, hay mistificación cuando se aceptan y oficializan como
verdaderas o valiosas instancias que no corresponden en la realidad a los
modelos postulados o que han perdido su eficacia o su sentido. Un caso
ejemplar de mistificación en el Perú es el de las creencias católicas,
especialmente en las comunidades campesinas de la sierra. Es bien sabido que
los llamados indígenas piensan y actúan de modo muy distinto a lo prescripto
por el credo oficial y que, incluso como practicantes religiosos, tienen
motivaciones y metas diferentes a los católicos que podemos llamar regulares.
Entre los pobladores de otras regiones, y aun de ciudades evolucionadas como
Lima, no son tampoco raros los fenómenos aberrantes, como ocurre con ocasión de
las festividades en honor de determinadas imágenes o santos patrones.
De allí que pueda decirse, sin exagerar, que
en la inmensa mayoría de los peruanos los valores católicos están alterados o
han perdido su substancia original. Otro caso digno de mención es el del
capitalismo: en cuanto sistema impuesto funciona en el Perú en forma anómala,
produciendo efectos contrarios a los que se observan en aquellos países en los
cuales se originó y que hoy día son potencias industriales; sin embargo, aquí
es oficialmente sancionado como el régimen natural, único posible e
indiscutiblemente beneficioso para nuestro país. Los valores y las realidades
del capitalismo en el Perú son, por consiguiente, valores y realidades
mistificadas. Lo mismo ocurre con principios como los de la democracia, la ciencia e inclusive la
naturaleza como cualquier observador de la política, la Universidad y la
geografía peruanas puede fácilmente verificar.
Orientadas por
conceptos y valores mistificados, las
actitudes sucumben en la inautenticidad. Reconocer un imperativo de acción y propiciar o ejecutar otra conducta,
buscar un objeto y pretender realizar otro, son formas típicas de la acción
inauténtica, generalizadas en nuestras instituciones públicas y privadas, en
los hábitos y usos regionales y locales, así como en el comportamiento de las
clases medías, altas y proletarias. Dentro de este esquema caen otras formas de
acción que es difícil encontrar a nuestro alrededor:
Por ejemplo, se
encomian los productos fabricados en el país pero se prefieren los extranjeros
en el momento de decidir una compra; se defienden las escuelas y planteles
oficiales, pero se opta por los privados; se declara la majestad de la ley,
pero se dan leyes sólo para satisfacer intereses personales y de grupos o se
las viola sin escrúpulo. No puede dejarse de mencionar aquí la frecuencia, la
casi normalidad de la mentira y de la promesa en falso, que ilustra
perfectamente la vigencia de la apariencia típica de la conducta que
describimos. Estos son algunos de tantos casos de inautenticidad en nuestra vida
nacional.
Con ella se
ligan también los múltiples fenómenos
imitativos que marcan con el sello del artificio la existencia pública y
privada de todas las capas sociales. Entre éstas, por su amplitud, su
complejidad y su directa vinculación con modos de actuar que todos reconocen
como peruanos, la huachafería es quizá el más representativo de la
inautenticidad y del carácter imitativo de nuestra conducta. En efecto, puede
hacerse un estudio de la penetración de lo que cabe llamar el espíritu huachafo
en las instituciones del Estado, en los partidos políticos, en el periodismo, en
el deporte, en la literatura y el arte, en las ciudades avanzadas y en las
comunidades incipientes, en la legislación y en la moral, en el lenguaje y en
la imaginación colectiva, en el modo de vivir y en el modo de tratar a los
muertos y a la muerte, estudio que daría una cifra muy significativa de nuestra
personalidad cultural.
La superficialidad de las ideas y la improvisación de los propósitos
completan la figura que estamos dibujando. Ellas son norma en el Perú donde el
alfabeto lo es apenas, el científico, el militar o el abogado no resisten a la
crítica, el artesano ignora su oficio tanto como el escritor el suyo, mientras
que el político improvisa soluciones por defecto y no por método o por
necesidad de la realidad con que trabaja, y del mismo modo defectuoso e
incipiente actúan el profesor y el sacerdote.
De todo lo anterior resulta que el grado de confiabilidad es mínimo en las
relaciones humanas y la duda y el recelo se imponen entre nosotros como actitud
generalizada, lo cual es otro poderoso factor de dislocamiento social y
cultural que debe ser tenido en cuenta al juzgar a los peruanos.
4. Los factores
enunciados explican la aceptación tan extendida de representaciones ilusorias
de nuestro propio ser, de mitos
enmascaradores, para emplear la expresión de Jorge Bravo Bresani, que ocultan la realidad al tiempo que
tranquilizan la conciencia de sí mismo. Hay, por ejemplo, un mito de la naturaleza peruana según
el cual ésta es inmensamente rica y abundante, cuando en verdad nuestra
geografía es una de las más ásperas y difíciles del globo. Hay un mito de la grandeza pasada, que
mistifica la idea del Perú y aparta al poblador de las empresas inmediatas, modestas
y prosaicas, pero indispensables para el progreso y la liberación del país. Hay
un mito de la república, del orden
democrático y constitucional, que adormece las rebeldías y quiere ignorar la
existencia efectiva de varios regímenes legales, de varios órdenes de derechos
y obligaciones, fundados en intereses dispares de individuos y grupos
particulares. Y hay un mito de la
hispanidad, otro de la indianidad, otro de la occidentalidad o latinidad del
Perú, así como hay un mito de nuestra
catolicidad (opuesta a temidas desviaciones o a la incredulidad perniciosa
de otras naciones) y de nuestra “espiritualidad” (contraria al supuesto
“materialismo” de pueblos cuya cultura casi siempre ignoramos y cuya fortaleza
envidiamos y recelamos). Por la vigencia de tales mitos mistificadores de la
realidad del país, los peruanos, en cuanto tienen una conciencia positiva de
sí, viven de espaldas a su mundo efectivo, adormecidos por la ilusión de un ser
normal o valioso y por la satisfacción de apetitos efímeros y excluyentes.
5. A quien
juzgue extremas mis afirmaciones le recomiendo meditar sobre la coincidencia en
la intención y en el sentido de frases con que escritores muy diversos han
descrito la situación peruana. Llamo también la atención sobre nuestra afición
por ciertos slogans encubridores y sobre un hecho especialmente significativo,
la frustración del especialista, al que me referiré luego. Por ejemplo, para Manuel Lorenzo Vidaurre, en el Perú no
se puede usar la palabra “imposible”; Mariano
H. Cornejo decía que entre nosotros lo único permanente es lo provisional; Julio Chiriboga daba este consejo
irónico: “Si tiene un enemigo, aplíquele la ley”, y Víctor Li Carrillo observaba alguna vez que lo único vigente en el Perú es lo clandestino. De otro lado está la
aceptación común y la difusión oficial de alegorías como la del mendigo sentado
en un banco de oro y de exclamaciones como “Vale un Perú”, que divorcian de la
realidad al habitante peruano al darle una imagen ilusoria del país. Y la
frustración a que aludí es ésta: difícilmente puede nadie dedicarse plenamente
en el Perú a un quehacer o a una actividad de alto nivel como la de artista,
médico, obrero especializado o científico no sólo porque el sistema de la vida
en torno lo obliga a desempeñar varias funciones en perjuicio de la
autenticidad de cada una, sino, además, porque corre el riesgo de enajenarse
del resto de la comunidad. Un artista, un científico, un técnico o un obrero de
primera clase termina resultando extraño, excesivo, como sobrante en el país y
tiene que emigrar tarde o temprano si no renuncia a su vocación. Divorciarse de
los miembros del grupo, extrañarse de la sociedad, parece ser la condición
indispensable de la elevación del nivel de la actividad intelectual y del logro
de la autenticidad en el pensamiento y la acción, lo cual quiere decir que,
dentro de nuestra sociedad y según los patrones de nuestra cultura, no pueden
alcanzarse tales realizaciones.
La alienación peruana
1. Vemos que existe un grupo de
peruanos que no pueden o sienten que no pueden vivir plenamente sino fuera de
su nación. Es el fenómeno bien conocido de la distancia que separa física y
espiritualmente del país a los
intelectuales, a los profesionales distinguidos, a los hombres que disponen
de considerables recursos económicos, fenómeno que tiene un hondo significado
antropológico: la alienación de un sector de la comunidad nacional. Pero este
sector no es, desgraciadamente, el único alienado. En formas diversas, las clases medias, los grupos que
forman la mayoría de la población urbana, los pequeño-burgueses y los obreros
calificados sufren de alienación por la mistificación y la inautenticidad.
Ellos son, en efecto, los grandes consumidores de mitos y los grandes engañados
con las ilusiones sobre el país y sobre su propia existencia; los denodados
defensores de lo “genuinamente peruano”, de la “tradición”, del “criollismo”,
es decir, de todas las formas de una vida vacía de substancia. Ignoran lo que
son y no tienen conciencia de lo que pueden ser; sufren la alienación de su
verdadera posibilidad de ser como un pueblo creador, vigoroso, libre. En tercer
lugar está la masa del bajo proletariado
urbano, del campesinado siervo, de todos los grupos discriminados y
deprimidos que sufren la alienación más radical y penosa, la exclusión de los
niveles básicos de la humanidad y la privación de la libre determinación de sus
propias individualidades o de la conciencia de su valor como personas.
2. Unos porque
lo rechazan, otros porque lo ignoran y la gran mayoría porque no tienen la más
mínima posibilidad de alcanzarlo, todos
estos sectores y grupos se hallan alienados con respecto al ser nacional, que
es su propia entidad. Semejante suma de alienaciones no puede dar sino un
ser enajenado total: he allí la fuente de la alienación peruana. Así, sin
postular ninguna entidad abstracta, supra-empírica, podemos hablar de la
alienación peruana para significar esta condición propia de la comunidad humana
que vive dentro de nuestras fronteras. Es
una comunidad separada de su realidad y de sus propias posibilidades de
cumplimiento y plenitud. No vive
afirmando, inventando y perfeccionando una cultura propia, en la cual se
enraícen formas cada vez más altas de humanidad, sino ignorando y enmascarando
su verdad, menospreciando inevitablemente esas realizaciones precarias de sí
misma que se descubren como tales o, en fin, soportando el despojo y la
exclusión de los bienes más elementales de la vida.
En consecuencia, decir que el peruano es un ser alienado equivale a decir
que piensa, siente, actúa de acuerdo a normas, patrones y valores que le son
ajenos o que carece de la substancia histórica de la cual depende su plenitud y
su prosperidad como pueblo, cuando no se halla casi en el nivel de un pensar,
un sentir y un actuar completamente controlado por otros, es decir, cuando
no está prácticamente cosificado, convertido en algo que se utiliza y se maneja sin tener en cuenta sus
fines intrínsecos como ocurre con el hombre esclavizado.
El diagnóstico de nuestro mal
1. ¿Cuál es,
pues, la verdadera causa de nuestro mal? ¿Cómo se ha producido esta situación
nacional? ¿Qué es lo que tiene hasta hoy despotenciada y dividida a nuestra
cultura? Sin olvidar el problema implícito en el hablar de nosotros o nuestra
cultura (que, obviamente, no debe entenderse en el sentido de una unidad
espiritual o de una comunidad integrada), teniéndolo presente todo el tiempo,
cabe señalar el subdesarrollo como causa fundamental, descartando la acción determinante de la raza, la tradición, la
lengua o la religión. Hemos visto ya que subdesarrollo puede entenderse
como el estado de un país que no logra autoimpulsarse y alcanzar los más altos
niveles de vida, y que es incapaz de usar en su provecho los recursos
existentes en su territorio. Socio-económicamente
esto significa: bajos niveles de salubridad, de habitación, de vestido y de
educación; grandes masas pauperizadas con alto índice de natalidad y de
mortalidad; insuficiente producto nacional y baja tasa de crecimiento
económico; predominio de las actividades extractivas y parasitarias sobre las
industriales; vasta desocupación disfrazada y bajos niveles técnicos y
administrativos.
El subdesarrollo peruano es un hecho
evidente. No puede ser ocultado ni paliado, con meras frases, como se pretende
hacer cuando se usan expresiones como “país
en vías de desarrollo” que se ha propuesto últimamente para calificar a
naciones como la nuestra. Ahora bien, la situación que hemos descrito suele
presentarse en conjunción con el tipo de cultura semejante al de la peruana. De
hecho, hay una cierta cultura del subdesarrollo, que se da la mano con la
alienación del ser nacional, cultura que, como tipo, es común a los países del
Tercer Mundo. La personalidad histórica del Perú coincide, así, con la de estas
naciones, con los países llamados de segunda zona o países proletarios, que
viven una existencia marginal al lado de las grandes potencias industriales.
Acabo de aludir a una circunstancia que no
debe ser pasada por alto. Hay una relación entre países incluida en el concepto
de subdesarrollo; si se analiza esta relación se hace patente que no es la
falta de desarrollo como tal la última causa del fenómeno. El subdesarrollo es efecto de una situación más honda y decisiva, a
saber, la dependencia entre naciones y las relaciones de dominación.
Pues bien, el caso de países como el
nuestro no es el de los países que pueden ser llamados no desarrollados, que son aquéllos que no poseen un nivel de vida
comparable al de las naciones más avanzadas, si bien, por estar separados de
todo el resto, tienen en sus manos la disposición de los recursos de su
territorio. Nuestro caso es el de un país
que depende de otros y que necesita de ellos para vivir y desenvolverse en
considerable medida. Pero no sólo eso. Su dependencia no es simple, sino
que está acompañada de dominación. He aquí lo típico del subdesarrollo: la dominación del país por otra nación lo
cual significa, de acuerdo a las definiciones que hemos propuesto al comenzar,
que en última instancia el poder de decisión sobre los asuntos concernientes al
país (por ejemplo al uso de sus recursos estratégicos) no se encuentra en él
sino en otro país, en el dominante. La estrechez de la actividad
espiritual, los bajos niveles de vida y los magros resultados del proceso
económico no son indiferentes a este control extraño que se ejerce sobre el
conjunto del país.
Tengo la firme convicción de que nuestra crisis resulta de la implantación de
sistemas de poder y de relaciones internacionales de dependencia que conllevan
la sujeción de la vida nacional a otros países o grupos nacionales. La
comunidad, los grupos de pobladores que habitan dentro de nuestras fronteras,
ellos mismos enfrentados y subordinados unos a otros, están en conjunto
controlados por fuerzas extrañas. Esto les ocurre a otras naciones y, en buena
cuenta, a todas las del Tercer Mundo, las cuales, por efecto de esta sujeción,
han sido desterradas de la unidad y la fecundidad de la cultura. No se trata,
sin embargo, de una sujeción primariamente cultural; ni tampoco originalmente
militar, política o social. La dominación
en estos sectores resulta, a mi juicio, derivada; la primaria y fundamental es
la económica, o sea, la dominación de los recursos y los medios de producción.
El reverso económico y social de esta
condición de dominado en que se encuentra el Perú es, pues, el subdesarrollo,
la falta de desenvolvimiento y aprovechamiento de nuestros recursos capaces de
fundar el estatuto humano de toda la población. Es efecto y no causa. Los lazos
de dependencia y de dominación desempeñan el papel fundamental porque
condicionan la imposibilidad de disponer de nuestra naturaleza para superar las
limitaciones de la educación, la sanidad, la libertad social en el país, de
donde se deriva la imposibilidad de alcanzar los planos más altos de la
actividad creadora, científica, artística, industrial, etc. Y esto es cierto no
sólo para un sector reducido y, por ende, alienado, sino, como hemos visto,
para la población en conjunto, con cada uno de sus diversos sectores. Lo que aquí existe en lugar de una sociedad
integrada es un sistema de obstáculos y factores inerciales, que conspiran
contra el desenvolvimiento del país aunque facilitan la labor de penetración y
sujeción de los poderes extranjeros.
Cuando decíamos que los ideales de acción
nacional del tipo del indigenismo, el hispanismo, el cholismo o el
occidentalismo, eran incapaces de producir su efecto, partíamos de la
convicción de que no por definirnos como indios, españoles, cholos u
occidentales y por obrar según patrones indígenas, españoles, cholos u
occidentales, alcanzaremos la realización de nuestro ser y la libertad de
nuestro actuar. El origen y el fundamento de nuestra condición negativa, la
dependencia con dominación, quedarían en ese caso intocados y se agravarían más
bien los factores de división y estancamiento. Hemos sido grupo humano o una conjunción de grupos dominados
económicamente, primero por el poder español, luego por Inglaterra, ahora por
los Estados Unidos. Esto tiene efectos decisivos en nuestra condición. Por
eso el único diagnóstico certero de tal condición es el que resalta los lazos
de dominación y remite a ellos el subdesarrollo y la alienación.
3. Nuestra personalidad como país,
nuestra sociedad y nuestra historia están marcados por la dominación y pueden
definirse por ella. Así como se habla de una cultura de la pobreza o una
cultura de la prosperidad, así es preciso
tipificar el conjunto de valores, actitudes y estructuras de comportamiento de
los países como el nuestro mediante el concepto de cultura de la dominación.
Lo propio y característico del caso peruano no son determinadas realizaciones
originales, que precisamente están neutralizadas hasta hoy por la condición que
padecemos, sino el grado, alcance y peculiaridades de nuestra sujeción a los
países que controlan el proceso mundial. Tenemos la personalidad que imprime el
mal que padecemos, una personalidad hecha de
imitaciones y carencias, y no tendremos otra, la nuestra propia, como
manifestación de un ser cumplido y libre, hasta que no cancelemos nuestra
situación. Nuestra cultura es, pues, una
cultura de la dominación.
Tal como lo usamos aquí, el concepto de
cultura debe ser puesto en estrecha relación con el orden institucional y el de
sistema de organización y empleo del poder, lo que es, en esencia, el Estado.
No puede haber una cultura tipificada por la dominación sin que toda la
estructura de la sociedad resulte comprometida. El Estado y los sistemas económicos y sociales de poder están en este
caso conformados de tal modo que coadyuvan a la dominación y la aseguran.
En verdad son a la vez efecto y causa de ella. Rastreando sus orígenes y sus
medios de defensa, no es difícil encontrar como motivación e idea directriz de
su constitución y su mantenimiento intereses ligados directa e indirectamente
con aquellas instancias favorecidas por el status de la dominación. Así como
hay una enajenación por las ideas y por los valores vigentes en los países
dominados, así también la alienación pasa por el Estado. El hombre del país está alienado del Estado porque el Estado se ha
hecho extraño a él y se ha convertido en instrumento de su sujeción. Por
tanto, hablar de la cultura de la dominación es hablar no sólo de las ideas,
las actitudes y los valores que orientan la vida de los pueblos, sino también
de los sistemas que encuadran su vida y no la dejan expandirse y dar frutos
cabales.
Este punto de vista se precisa y se afirma
cuando se descubre la existencia de aspectos y factores claves de la
dominación, de los cuales se siguen efectos de control que cubren de modo más o
menos acelerado y uniforme el conjunto de la vida nacional. Ahora bien, la
dependencia de los sectores económicos básicos es fundamental; una vez
producida, asegura el control de toda la sociedad y termina afectando por
entero los modos y manifestaciones de la cultura y la vida. Y nadie ignora que
esta dependencia económica básica existe en nuestro caso, por donde se explica
la situación general de nuestra comunidad.
El reto de la historia contemporánea
1. Si queremos
ser veraces con nosotros mismos nos es preciso reconocernos como dependientes y
dominados, poner al descubierto el sistema de nuestra dependencia y nuestra
dominación y proceder sobre la base de esta premisa real.
Ahora bien, hay
quienes tienen conciencia de todo esto y creen, sin embargo, en la posibilidad
de una prosperidad nacional dentro del cuadro actual. Son apóstoles del
progreso en términos del capitalismo y del régimen republicano tradicional, en
lo interno, y del panamericanismo y los pactos continentales indiscriminados en
lo internacional. Aducen cada cifra favorable del crecimiento, cada estadística
parcial de producción, cada nuevo elemento de civilización y de técnica
introducido en nuestro país, como prueba de que la nación va hacia adelante. No
se detienen, por cierto, a determinar el peso relativo de las grandes masas
pauperizadas, a contemplar el país en total, en contraste con las demás
naciones del globo. Si lo hicieran, cambiaría completamente el sentido de los
números en que apoyan su optimismo, porque la situación, no sólo aquí y ahora,
sino en todas partes y desde hace tiempo, es grave y se agrava cada vez más
para los países del Tercer Mundo.
El subdesarrollo, como dijimos, es un
concepto correlativo del de dominación, de tal manera que puede decirse que los
países dominadores segregan subdesarrollo ya que ponen inevitablemente en esta
condición a las naciones que tienen dominadas. Pero no es esto un concepto
estático, sino dinámico; implica aumentos y disminuciones. En realidad, dentro
de un sistema constante, ocurre de hecho un empeoramiento gradual y permanente
de la situación de los países dominados con respecto a los dominantes y un
aumento acelerado de la condición de dominación. No sólo sociólogos,
economistas y teóricos de la política, sino también psicólogos y biólogos, han
apuntado con alarma el hecho de que el agrandamiento constante de la distancia
entre los países desarrollados y los sub-desarrollados está produciendo una
separación marcada entre dos grupos humanos, la cual implica a corto plazo una
verdadera diferenciación antropológica. Esta brecha que se abre entre los
pueblos y las culturas de ambos grupos de países causa un grave perjuicio a las
naciones del Tercer Mundo. En efecto, a cada nivel de progreso y en cada
estación de desarrollo los países industriales hacen avances y acumulan
energías que les permiten alcanzar nuevas metas colectivas en una cantidad y en
un grado muy superiores a los que pueden lograr los países subdesarrollados.
Unos crecen en una proporción que podemos comparar a la geométrica, mientras
los otros o no avanzan o lo hacen sólo en proporción aritmética. Lo cual quiere
decir que las riquezas, los conocimientos, los vehículos de cambio y los
vehículos de poder, acumulados son enormemente superiores en los primeros y
que, además, determinan un aumento cada vez mayor de bienes y realizaciones en
beneficio de sus pueblos. Con sólo pensar en la ciencia y la técnica, se hará
claro que en las grandes potencias actuales se concentra cada vez más la
novedad del conocimiento humano. De esto son casos notorios, pero no únicos,
los secretos atómicos y astronáuticos poseídos por las grandes potencias, con
exclusión de los demás países. Tales medios de conocimiento se reproducen
aceleradamente y se convierten en factores de ampliación de riqueza y poder. En
este banquete de la prosperidad y del poderío están ausentes los países del
Tercer Mundo, y se les mantendrá siempre ausentes, pese a las declaraciones
líricas en contrario. Sólo quien no entienda así estas declaraciones pensará
que el progreso se expande oportuna y adecuadamente y que la riqueza tiende a
repartirse. Aludirá a las campañas de difusión de la ciencia y a los programas
de crédito auspiciados por las grandes naciones. Mas como, al mismo tiempo,
dichos países, a través de sus medios de control internacional, sustraen de las
naciones pobres un producto igual o mayor al que les transfieren por los
programas aludidos, y como las ciencias y las técnicas más altas no pueden ser
utilizadas sin una superestructura muy desarrollada de orden administrativo y
tecnológico, de la cual están desprovistas y son incapaces de construir al
ritmo requerido las naciones del Tercer Mundo en su estado actual, permanece el
efecto depresivo, pese a toda la buena voluntad contraria que pudiera llegar a
concederse.
Las naciones
pobres, las naciones proletarias, están entonces cada vez más lejos, en
términos relativos, de los niveles de cultura de los países industriales; son
cada vez más pobres y débiles en relación con ellos y, por ende, se hallan cada
vez más sujetas a su dominación. Si en este punto las cosas no cambian
drásticamente a un plazo no muy largo, como se ha dicho, habrá dos géneros de
humanidad, una desenvuelta, en proceso de expansión constante, y otra
aherrojada y frustrada por la dependencia.
Se advierte que
aquí encontramos un terreno propicio para aplicar los términos de ‘realización’
y ‘alienación’, que hemos usado antes, lo cual no debe extrañamos porque de
realización y alienación se trata en el fondo. La polémica de las naciones de
hoy, como siempre en la historia, se
conecta en su base con la definición del hombre y con el logro o la frustración
de su ser. La historia de nuestros días revela la vigencia de una suerte de
ley histórica de acumulación de potencia y de expansión de la humanidad en los
países desarrollados, frente a la constante depresión del ser de los países
pobres.
Esta ley, como todas las históricas, tiene
vigencia mientras las fuerzas naturales y sociales no son reorientadas por
decisiones radicales de la humanidad, por decisiones revolucionarias. En la
segunda mitad del siglo xx, el reto histórico dirigido a los países dominados
es la revolución internacional, la subversión del orden vigente de la
dependencia y la dominación.
2. Como hemos
dicho, a este cuadro real corresponde la situación del Perú. No otro es también
el desafío que la historia contemporánea lanza a nuestro pueblo. Esto quiere
decir que nos es indispensable
reconocernos dependientes, poner al descubierto el sistema de la dominación que
tiene sujeta a nuestra nación, pero, además, que debemos denunciar y combatir
este sistema de la dominación. A la existencia dominada y a la cultura de
la dependencia se las puede cancelar sólo
por un movimiento de independencia, generador de una cultura integrada,
unitaria, original, libre. Ahora bien, si las condiciones de nuestra
dependencia son las del régimen social y económico capitalista nacional y su
vinculación con los sistemas internacionales de poder no puede haber una
renovación de la vida y de la cultura sin cancelación de tal régimen, es decir,
sin un proceso revolucionario que supere el capitalismo en el Perú en cuanto
vehículo de nuestra dependencia. Pero siendo la nuestra una dependencia inserta
en la red mundial del poder económico y político, el objetivo mayor que
perseguimos no podrá cumplirse sin una acción combinada a escala supernacional.
De allí la importancia de la toma de conciencia de las naciones subdesarrolladas
o del Tercer Mundo, que comparten con el Perú la situación de dominados y que,
como él, demandan soluciones radicales. De allí, además, la importancia de una
toma de conciencia en el Perú de la comunidad de problemas y soluciones que nos
une a los países subdesarrollados y, en especial, a los latinoamericanos. Así
como los grupos oprimidos de una nación han logrado emanciparse uniendo sus
esfuerzos en una acción revolucionaria concertada, así en nuestro tiempo es
necesaria una acción del mismo tipo, a escala de las naciones proletarias, que
son las del Tercer Mundo.
(*) Augusto
Salazar Bondy, Entre Escila y Caribdis. INC. Lima. 1973. pp. 31-61