En la tradición árabe, la historia de Adán y Eva es l a misma que en los relatos de otros pueblos. Por instigación del diablo comieron el fruto prohibido y en castigo fueron expulsados del paraíso. Eva fue enviada a Arabia; Adán a la India, si hay que creer a las poesías de Adí-ben-Zaid. Adán se ganaba la vida regentando una forja.
El diablo, es decir, Iblis, fue exiliado en Dejdda, un puerto en el Mar Rojo, que se encuentra a una jornada (a lomos de camello) de la Meca.
Adán vino a la Meca y, con una piedra traída del Paraíso, levantó el santuario que aún hoy existe y cerca del cual habita Abd-al-Mutalib, futuro abuelo de Mahoma. El santuario se llama Kaaba.
El nombre de Kaaba viene de la forma del edificio, que semeja un dado; en realidad, es rectangular; tiene cerca de diez y doce metros en cada lado y quince de altura.
Al mismo tiempo que la Kaaba, Adán trajo del Paraíso a la Meca, la piedra conocida con el nombre de Maqam-Ibrahim, piedra que hoy se encuentra junto al Santuario.
Durante una peregrinación a la Meca, Adán encuentra a Eva – o Hawa, como la llaman los árabes-. Su encuentro ocurrió en una montaña Arafat, en los alrededores de la Meca. En lengua árabe Ta`arafa significa «se han reconocido». Porque el milagro no consiste en que Adán y Eva se hayan encontrado, sino en que se hayan reconocido. Su separación había durado más de cien años, y ambos habían envejecido y cambiado en ese tiempo. Pero, aunque habían cambiado hasta el punto de no poder reconocerse, se amaron de nuevo y tanto como el primer día en que se vieron. Tuvieron hijos. Los unos fueron buenos y los otros se inclinaron al mal.
Fragmento extraído de: (C. VIRGIL, Gheorghiu “La vida de Mahoma”. Editorial Caralt. Tercera Edición. 1986)